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Fernando Giner ya tiene pareja de baile, o mejor dicho pareja con la que bailar durante el campeonato electoral, porque lo de Ciudadanos y PP en la capital irá unas veces de bailar juntos y otras de competir en la pista en solitario. Será unas veces un juego a dos y otras una final de ganador único y premio de consolación al segundo. Un baile raro; cada uno por su lado pero juntos frente a Ribó, juntos en una posible alianza postelectoral pero al final el dúo acabará con uno de alcalde y otro que no. María José Català vivió ayer su día de proclamación con la bendición del mismísimo Pablo Casado, el joven líder que ha llevado el partido al mayor nivel de cesarismo de su historia («ni en los tiempos de Aznar era tan exagerado»).

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Català tiene a Giner y Giner tiene a Català. No pueden ser más diferentes y al mismo tiempo estar más vinculados. Giner es un conservador puro en un partido de centro, Català es una centrista transversal en un partido conservador. Ambos, por tanto, cuentan con cierto problema de asentamiento, aunque en un grado manejable. Y a ambos se le notan ciertas carencias por el lado de las convicciones. Giner por inseguro, Català por calculadora. La candidata del PP es más larga y sagaz, la mejor política de la derecha valenciana por debajo de cuarenta años, y lleva inoculada la política en vena, le sale natural y a raquetazos. El portavoz de Ciudadanos camina más limpio y ligero, con menos piedras y marrones en su mochila, y la sinceridad y los pensamientos se le transparentan por la cara. Pero puestos en tensión, uno y otro flojean en cuanto a determinación; cuesta creer que alguno de ellos sea capaz de comprometerse de forma categórica y sin ambigüedad a desmontar la obra kafkiana de Grezzi y Ribó en la calle Colón y en el resto del centro urbano. 'Bueno, sí, nosotros... verás...' Por eso resulta imprescindible en esta UTE la concurrencia de Vox, porque parte del electorado de la derecha histórica espera ciertas respuestas contundentes a políticas muy escoradas por parte del actual ayuntamiento, espera decisiones como la reversión de Colón, o de Guillén de Castro. Por eso y porque sin el éxito de Vox, ni Ciudadanos ni PP podrán alcanzar la gloria municipal. ¿Y cuál es ese electorado más firme, o ardiente, o beligerante, para los que quizá ni Giner ni Català resulten suficientes? Valga como prototipo sin duda la familia de Rita Barberá, por poner el apellido que más se ha significado en las últimas semanas. Ahora bien, esas familias o capas sociales son radicalmente incompatibles en forma y fondo con figuras como la de García Sentandreu, que maniobra para hacerse con la candidatura del partido de Abascal en la capital. Incompatibles del todo.

Las ironías de la vida llevan también a emparejar ciertos episodios de Rita Barberá y María José Català. Las dos llegaron a candidatas porque otros rechazaron la propuesta, las dos fueron elegidas después de la negativa de un independiente llamado Manuel Broseta (padre e hijo) y las dos jugaron su partida con desventaja inicial, porque sólo alcanzarían la alcaldía en caso de obtener un concejal más que su aliado y competidor (aparte de favorito); entonces Unión Valenciana y ahora Ciudadanos. Rita Barberá lo consiguió en 1991, Català lo tiene incluso más difícil, porque si Vox prosigue al alza, el principal perjudicado será el PP. Según estimaciones y análisis diversos, incluyendo algunas encuestas de parte, la relación de concejales en el bloque de las derechas sería en estos momentos de 8 Ciudadanos, 7 Partido Popular y 3 Vox. Si Vox sigue subiendo, el PP todavía bajará más. Dicho desde otro punto de vista: si María José Català logra en mayo ser la candidata más votada por el centroderecha, habrá superado un reto increíble y meritorio, al conseguir dar la vuelta a una coyuntura tan complicada y adversa.

La clave del interés general va más allá de que Català o Giner puedan ser alcalde, pasa por que Joan Ribó puede dejar de serlo. Durante los dos primeros años del mandato, el tripartito contaba con la continuidad asegurada. Hace unos meses surgió la opción de que Ciudadanos pudiera cambiar la situación, bien pactando con el PP, bien con el PSPV. Desde las elecciones andaluzas, la foto es distinta. La imagen refleja un entendimiento por la derecha al modo andaluz, justo la antítesis del pacto valenciano por la izquierda de hace tres años. Tan válido y legítimo el uno como el otro en términos democráticos. En todo caso, el factor diferencial que ha variado el mapa por completo se llama Vox. Y luego están las especulaciones. ¿Permitirá Albert Rivera en la Comunitat Valenciana que su partido convierta en alcaldesa a Català o en Presidenta a Bonig? No. No, si puede elegir gobernar con el PSPV. Pero es probable que no pueda elegir y sólo haya combinación con el PPCV. Y puede ser también probable que se intercambie un cromo por otro, la Generalitat por el Ayuntamiento, cada institución dirigida por un partido. En definitiva, todo está abierto y nada puede darse por descartado, pero las opciones de un cambio político son ahora mucho mayores que hace unos meses.

Habrá tiempo para hablar de Fernando Giner cuando sea proclamado, porque a estas alturas parecería descabellado que a Toni Cantó le dé por ignorar la ficha de Les Corts y jugar la baza del ayuntamiento. Respecto a María José Català es de lejos la mejor candidata con la que puede contar el PP una vez autodescartado Esteban González Pons. De hecho, desde estas navidades era ya la virtual y definitiva finalista, tras la fallida operación de Génova para fichar un independiente. Los demás nombres que se han puesto sobre la mesa no rebasan el nivel de la mera ocurrencia, ninguno cumplía los mínimos para relevar en el cartel a la casi incombustible Rita Barberá. La peor parte se la ha llevado Luis Santamaría, por no entender su papel de fontanero en la gestora. Con tanto tiempo libre, se creyó un estratega con derecho a convertirse en candidato, le prometió a media Valencia ser concejal en su lista y enredó todo lo que pudo y más, rozando incluso el boicot. Por no hablar de esa habilidad suya para mandar recados a través de terceros. Santamaría es valiente y arrojado, vale, pero conviene primero saber cuál es el sitio de cada uno en cada momento. Terminemos con Català. Durante su etapa de consellera, aquí la criticamos por esa tendencia suya 'bienqueda' al pasteleo. Su mayor virtud, la capacidad de seducir a otros, se convierte al mismo tiempo en su lastre, al defraudar a los propios. Tendrá que aprender a manejar ese equilibrio. De momento, nos quedamos con lo que se escribió en esta sección hace justo un año, en enero de 2018: «Si Rajoy no se atreve a llegar tan lejos [colocar a González Pons de candidato], María José Català resulta la clara favorita. Aparte de su talento indiscutible, la exconsellera y exalcaldesa ha madurado en los últimos tiempos y quizás deba agradecérselo al fracaso de las oportunidades que no le llegaron y a un ostracismo relativo que le ha servido para mejorarse». Ahora Català vuelve al centro de la pista, vamos a ver qué saber hacer.

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