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En las próximas horas, si no ha pasado ya, será inevitable mirar hacia atrás y recordar dónde estábamos hace un año en estas fechas. En qué lugar, en qué momento vital, con qué compañía. A falta de tres días para cerrar un año que no ... fue tan prometedor como se esperaba al principio. Si algo tenemos en común todos en esta ocasión es que venimos de un escenario anterior bastante aciago. En las navidades de 2021 el coronavirus no solo es que no se había terminado, sino que se había reproducido en forma de variante y había despertado nuestro hartazgo más absoluto por las nuevas restricciones que provocó. Superado aquello estas han sido y seguirán siendo las fiestas en que hemos recuperado la normalidad, aunque casi ninguno tenga que ver con aquel que era al despedir 2019. La pandemia nos ha cambiado para siempre y a medida que avanza el tiempo somos más y más conscientes.
Es instintivo hacer un pequeño balance a medida que diciembre se va cerrando sobre lo sucedido en los últimos 12 meses, aunque uno sea contrario a evaluarse y no tenga costumbre de calibrar los propósitos cumplidos y los aparcados por el camino. Ya lo hicimos cuando terminaba 2021, cuando se cerró 2020, cuando llegó a su fin 2019... y así sin parar. La vida es así y las clausuras de ciclo obligan a mirarse en un espejo y observar lo que se presenta enfrente.
Con reconocernos y no espantarnos ya deberíamos darnos por satisfechos. Pero es lógico que nos asalten otros pensamientos y dudas. Formamos parte de una sociedad que nos obliga a vivir en una especie de gymkana, en la que constantemente hay que superarse, buscar una versión mejor de nosotros mismos, atravesar pantallas, alcanzar objetivos y salir de la zona de confort. Máximas que habría que aniquilar pero que no lo hacemos. Bien, no podemos negar esta realidad pero tampoco debemos amargarnos con ella.
Así que yo abogo por los balances amables en este fin de año. Conformistas, satisfactorios, positivos. Que repasemos lo que hemos conseguido sin fijarnos en metas inalcanzables o al menos sin prisa por alcanzar. Que valoremos las pequeñas cosas como si fueran enormes. Si hemos aprendido a cocinar un plato, si hemos perdido un miedo, si nos hemos dado un capricho, si nos hemos sacado una espinita, si hemos sacado tiempo para dedicárselo un rato a una afición abandonada. Que todo esto sume. Que aunque no sea relevante en términos económicos, que aunque no nos mueva del sitio en el que estamos, que aunque no funcione como un revulsivo le concedamos la importancia que tiene. Que la suma de esas menudencias nos haga terminar el año orgullosos de nosotros. Que lo tenemos merecido. Porque el listón lo colocamos nosotros donde nos conviene. Si las reglas del juego no van a cambiar al menos vamos a amañarlas para no terminar ahogados por ellas.
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