El barrio de la vergüenza de Ribó
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
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EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
A tiro de piedra del lujo de la Marina se pudren los toxicómanos y un vecindario vive en el infiernoEl Bronx. Un paseo por el barrio de las Casitas Rosa de Valencia te traslada a un escenario de 'The Wire', la mítica serie ... de HBO sobre el tráfico de drogas y la delincuencia en Baltimore. En la Malvarrosa, a tiro de piedra del lujo de la Marina y de los 'fashions' locales en los que la juventud se contonea. Al lado de la rutilante fachada marítima hay un gueto que el alcalde Joan Ribó ignora. Rectifico: no puede ignorarlo. Mejor, se la trae al pairo. En este periódico llevamos semanas alertando del abandono de sus vecinos. Del olvido de la infinidad de toxicómanos que acude a diario a pincharse y a comprar con total impunidad policial. Del mirar para otro lado del equipo de Gobierno del Ayuntamiento. De la ignonimia con nombres propios. Como Sandra Gómez o Aarón Cano, cachorros de redes sociales, de tuit fácil, prestos a apoyar desde el calorcito del sofá, bajo una manta, a los vecinos que cada semana salen a la calle para reclamar dignidad en sus calles. Pero luego, en el acolchado de sus despachos oficiales, no mueven ni un dedo. Porque el problema de las Casitas Rosa sigue desde tiempos inmemoriales. Tampoco Rita Baberá hizo nada por arreglarlo. Pero Rita ya es pasado. Esta es la época de Ribó, Gómez y Cano. Y más allá de tuits y palabrería, no hacen nada.
Una serie muy real. Vuelvo al paralelismo inicial. No sé si Ribó, Gómez y Cano han paseado por las Casitas Rosa. Yo sí. Varias veces para hacer algún reportaje. Hace años. Y la cosa no ha cambiado. Lo comprobé al regresar hace una semana, en una ruta con coche por los escenarios dignos de 'The Wire' o 'Breaking bad'. Solo que esta serie es tremendamente real. Allí puedes ver como se desguaza un coche a plena luz del día. En mitad de la calle y sin disimulo ninguno. Es fácil concluir que se trate de un vehículo robado. En ese barrio la gente se calienta en la calle encendiendo lo que buenamente pillan en barriles de metal. Los hay en muchas esquinas. ¿Y por qué estar a la intemperie cuando las temperaturas bajan? Porque el menudeo de drogas y el trapicheo es el modo de vida de la gran mayoría de los residentes en Casitas. No tienen otra forma de salir adelante, dejados de la mano de un Gobierno central que incumple el pago del cacareado Ingreso Mínimo Vital a todos lo que lo necesitan, e idem de un Consell y un Ayuntamiento que (un año más y un partido político más) miran para otro lado a la hora de solucionar la emergencia social de Casitas Rosa.
Desde tiempo inmemorial, la Policía tiene las manos atadas para acabar con el tráfico de drogas en unas viviendas que son auténticos búnkeres. En la 'zona cero', muchos de esos inmuebles son un laberinto de pisos comunicados unos con otros, mediante agujeros practicados por los traficantes en los tabiques, orificios por los que escapar cuando una redada estalla en un edificio y que les permite estar en unos segundos en la otra punta de la manzana. Auténticos refugios con puertas blindadas a los que es imposible acceder sin un ariete casi del Medievo.
Nadie ha prestado atención desde hace años a un barrio que sigue abandonado. Ni siquiera los gobernantes que ahora se proclaman como los que «rescatan personas», un término que tanto gusta a Oltra u otros adalides de Compromís. Que para las camisetas está muy bien, pero eso no llega a los yonquis que mueren en un cajero o en el patio de una casa con la dosis clavada en el brazo o a los niños que juegan en parques con bolsas llenas de jeringuillas.
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