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La Basílica, el cauce y el 8-M

BELVEDERE ·

Pablo Salazar

Valencia

Martes, 12 de mayo 2020, 07:27

Si el cardenal Cañizares me hubiera preguntado -que no es el caso, entre otras cosas porque no tiene por qué hacerlo- le hubiera aconsejado una celebración litúrgica del día de la Virgen solemne pero sobria, sin tantos sacerdotes en los bancos del público ni tanto personal auxiliar. Es más, le hubiera dicho que tomara como ejemplo lo que hizo el Papa Francisco durante los oficios de Semana Santa en la Basílica de San Pedro. Y por supuesto, aunque la gente que se congregó alrededor del templo guardó respetuosamente la distancia de seguridad, no hubiera expuesto la imagen de la Virgen hacia el exterior. No se trata de incumplir ninguna norma, que con toda seguridad no lo hizo, sino de actuar con la máxima cautela en unos momentos muy complicados en los que se nos pide que sigamos manteniendo el confinamiento y evitemos socializar. Y si hace dos semanas Ribó me hubiera preguntado -que desde luego, tampoco fue el caso- le habría dicho que el primer día que abrió a los ciudadanos el viejo cauce del Turia, el operativo policial de vigilancia de un espacio verde que se extiende a lo largo de doce kilómetros debería haber sido mucho mayor. Y que si no tenía suficientes policías locales para cubrir éste y el resto de grandes parques de la ciudad, que pidiera apoyo a la Policía Nacional. Ya puestos, si la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Gloria Calero, llega a pedirme consejo acerca de las manifestaciones del 8-M, le habría dicho que mejor curarse en salud, que en un caso así es preferible pasarse que no llegar, que es lo que ocurrió y con el resultado ya visto. Porque aunque entonces aún no había estado de alarma (que hubiera hecho imposibles los actos del Día de la mujer), el sentido común ya aconsejaba no celebrar y mucho menos alentar una concentración multitudinaria. Si a la ciudadanía se le exige un sacrificio que es por su bien, si se le pide que piensen solidariamente en lugar de comportarse con egoísmo, son las autoridades políticas y también las religiosas, así como los referentes sociales, los primeros que deben dar ejemplo, aunque a veces eso suponga ser demasiado escrupuloso y hasta quisquilloso. El 8-M nunca debió haberse celebrado cuando la epidemia ya era una realidad en España y había advertencias de los organismos internacionales, el viejo cauce del Turia no debió haberse abierto sin una suficiente dotación policial que evitara grupos y juegos de niños, y en la Basílica de la Virgen cabía otra celebración de la Mare de Déu, porque al fin y al cabo la inmensa mayoría de los fieles seguíamos ese día la eucaristía por televisión. Todo ello, en definitiva, se podía haber hecho de otra manera.

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