¡Basta ya!

A veces a una le dan ganas de tirar la toalla y quedarse en casa escondida tras la pancarta. Pues, lo fácil sería asumir que no existe manifestación, día de luto, minuto -u hora- de silencio, campaña publicitaria, ni reivindicación tan vigorosa que pueda liquidar la violencia machista que sistemáticamente nos aplasta. A menudo el desconsuelo y desaliento son tan fuertes que caigo en el error de aceptar que jamás habrá un verdadero cambio social. Ni una mínima transformación estructural. Que nací cuando las violaciones dejaron de ser consideradas meros delitos contra la honestidad, pero que moriré leyendo terribles estadísticas de más mujeres maltratadas. Pero, la realidad es que a la sociedad sólo nos queda el poder de batallar y gritar. De interpelar con un «¡basta ya!». Que dejen ellos, los políticos, de hacerse 'selfies' con las pancartas, pues nada reparan sus emotivas publicaciones en redes ni su ridícula foto anual. Que trabajen en los despachos y parlamentos. Que se esfuercen enérgicamente en conseguir que esta injusticia sea al fin una real cuestión de Estado. Que luchen. Pero que lo hagan con el necesario empeño y la ineludible honestidad para que logremos cesar este derramamiento imparable de sangre. Que se olviden de los eslóganes propagandísticos y las promesas electorales y que otorguen el presupuesto necesario a la maquinaria institucional. Que no utilicen meras cifras, que representan nombres, en las ruedas de prensa y se arremanguen de verdad. Que aparten de una vez la ideología porque esta atroz lacra no atiende a credos ni a colores. Y que no lo resuman todo en un mísero «tienes que denunciar». Que se dejen de proclamas, banderas y lazos morados que tan sólo sacan a pasear el 25 de noviembre y el 8 de marzo. Y que se conciencien, pues mientras el domingo presidían marchas, en Huesca, Rokhaya, una mujer -otra más- era asesinada.