No puedo estar más de acuerdo con el lema que ha elegido el colectivo 'València en bici' para la 'bicifestació' que ha convocado pasado mañana domingo: «La bici no es el problema, es parte de la solución». Otra cosa es todo lo que viene después, es decir, la cerrada defensa de la discutible política de movilidad que ha ejecutado en los cuatro últimos años el alcalde Ribó y su fiel escudero Grezzi. Como tampoco puedo asumir la habitual táctica de revolverse contra «determinados medios de comunicación y algunos partidos políticos» que, según la entidad ecologista, estarían en contra de las medidas destinadas «a protegernos del exceso de emisiones contaminantes en la ciudad». Así planteado, con ese esquematismo tan propio de los tiempos actuales, quien está en contra pongamos por caso del carril bici en la avenida del Reino de Valencia es porque está encantado con una ciudad llena de humo y en la que se respire mal. Y evidentemente no es eso. Porque aunque la bici, en efecto, no es el problema sino parte de la solución -en un mundo contaminado que lo que precisa son medios de transporte ecológicos-puede llegar a serlo, como está ocurriendo en Valencia, si la gestión de la movilidad no tiene en cuenta todas las formas de desplazarse y únicamente mira en una dirección. La bicicleta, y ahora los patinetes eléctricos, tienen que tener su espacio propio, un carril bici allí donde sea técnicamente posible y no genere un problema mayor del que viene a solucionar. Y donde no sea posible ese espacio propio, tienen que compartir calzada con vehículos privados y transporte público, en calles en las que el límite de velocidad se reduzca a 30 por hora. Por donde no tienen que ir nunca bicis y patinetes es por aceras y zonas peatonales, que, sin embargo, están siendo invadidas por este tipo de vehículos ante la ausencia de policía que los controle. Lo cual está provocando un problema de inseguridad entre las personas mayores, que ahora salen a la calle con más temor que antes. Así que la bici no es el problema sino parte de la solución si las cosas se hacen con sensatez, sentido común, diálogo y mano izquierda, que no es el caso. Lo que hemos vivido estos cuatro años es una enorme carga de dogmatismo, de ideología, de castigo a los conductores, de olvido hacia el transporte público y de perjuicio hacia los peatones. Ocurre sin embargo que es más fácil ver enemigos por todas partes que hacer autocrítica y darse cuenta que el fomento de un determinado medio para desplazarse puede volverse en contra de su promotor si no tiene medida, si no consulta con nadie o cuando lo hace desatiende sus recomendaciones, y si su único objetivo es sustituir la dictadura del coche por la de la bici. Entonces, lo que no era un problema pasa a serlo.
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