Primero comenzaron (y todavía siguen) las atrocidades contra la población civil en Ucrania, tras la invasión de las tropas de Vladímir Putin. Después, se inició una sacudida mundial a todos los niveles. Putin parece haber subido al planeta en un Dragon Khan en el que, ... con cada vuelta, asesta un golpe de miedo y destrucción más intenso. Como si los designios de esa vagoneta fueran dominados por control remoto por el autócrata ruso desde alguno de sus áureos salones del Kremlin. Es un hecho que cada vez que Rusia lanza un órdago se disparan las especulaciones y, por consiguiente, se tambalea el precario tablero internacional, especialmente el de la Unión Europea. El otoño, lejos de lo complicado que anuncian desde España, podría ser catastrófico si se corta el suministro de gas ruso a Europa.
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Ante esta situación de incertidumbre los líderes blanquean sus estrategias y, en ocasiones, también sus principios. Durante la campaña electoral a las presidenciales, con el escándalo de fondo del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, Joe Biden no se acobardó al señalar que convertiría a los saudíes en el 'paria' que son cuando llegase a la Casa Blanca. Fue la propia CIA la que acusó directamente a Mohammed bin Salman de ordenar el crimen de Khashoggi, por sus críticas contra su régimen, en el interior del consulado de Arabia Saudí en Estambul hace casi cuatro años. Ahora, con los precios del combustible disparados -también en Estados Unidos- Biden ha querido viajar personalmente a la cuna del principal productor mundial de petróleo para convencerle, entre otras cuestiones, de que genere más. En su cara a cara con el príncipe heredero hubo choque de puños. A Biden parece no importarle demasiado la hemeroteca en la que se registran sus exaltadas denuncias públicas sobre las violaciones de derechos humanos por parte de los saudíes. La 'realpolitik' se impone en un contexto en el que las palabras, más que nunca, se las lleva el viento. En ese sentido se articula este número de prestidigitación del presidente norteamericano al expresar que «su objetivo» siempre ha sido el de «reorientar» pero «no romper» las relaciones con quienes durante casi un siglo se han situado como aliados estratégicos preferentes.
En la antesala de la aprobación de la ley de Memoria Democrática, la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, eligió el debate sobre el estado de la nación en el Congreso como marco para lamentar el «dolor» de «todas las víctimas» con una «mención específica» a las «causadas por la violencia de ETA». Como hiciera hace unos meses Arnaldo Otegi, sin condenar el terrorismo etarra ni pedir perdón explícitamente. Sostenía el periodista polaco Ryszard Kapuscinski que el cinismo es una actitud inhumana.
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