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La bolsa de agua

EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·

Vuelven para combatir la factura eléctrica. También para recordarnos tesoros de la vida. Los de verdad, los que nunca caducan

Arturo Checa

Valencia

Domingo, 22 de enero 2023, 00:04

En su ajuar pueblerino, mi abuela Felicitas atesoraba varias bolsas de agua. Una de color azul, otra de color verde, otra roja.. Esa gama de ... tonos me alcanza a recordar la memoria. Con un tapón de rosca negro que estaba unido al recipiente con un cordel. Cada noche de invierno se repetía el mismo ritual. Ella ponía a hervir agua en el cazo. No eran tiempos aquellos de microondas ni de las modernas semillas que ahora se usan para calentar. Una olla, el agua hirviendo y la bolsa. Amor en estado puro. Cuando yo iba camino de la adolescencia mi abuela apenas ya veía. Pero ni la falta de vista ni mis años mozos dieron al traste con la hermosa tradición. Mi abuela cogía las dos bolsas de agua y se disponía a subir con ellas al dormitorio de mi hermano y mío. Con el tiempo he caído en dos cosas. Que debía abrasarse las manos. Porque luego, ya entrada la noche, cuando Sergio y yo regresábamos de jugar en la calle al 'churro va', a la paloma mensajera, a Romeo y Julieta, al 'bote botero' o simplemente volvíamos de reír y hablar con la pandilla en noches libres y sin horario, en el momento en que nos metíamos en la cama, mejor era no plantar directamente los pies en la bolsa de agua caliente, porque te achicharrabas. Pero Felicitas subía tan campante los tres tramos de escaleras con las bolsas entre sus brazos. Los abuelos siempre han estado hechos de otra piel. Y la otra cosa de la que me fui dando cuenta con los años es de que no veía un pimiento ya la pobre. Iba por la casa a tientas, guiándose por sus manos y por los años y años de haberse aprendido al dedillo su hogar. Subía al dormitorio y arrebujaba la bolsa debajo de la colcha, el edredón, la manta (o mantas) y la sábana. Porque ahora se llevan los nórdicos con su peso pluma, pero en las frías madrugadas de Piqueras del Castillo, de gelidez seguro que no fallecías, pero yo no sé como alguna noche no perecí sepultado por el peso de la ropa de la cama.

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