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What you'll see is the worst me/ I'm not the last of my kind!». Que más o menos quiere decir, que conociste lo peor de mí, pero no lo último que voy a dar de mí mismo. Eso lo canta LP y también lo podría cantar Isabel Bonig, que en verano parecía tener nulas posibilidades de lograr un resultado que le permitiese optar a presidir la Generalitat. Ella decía que había partido cuando los demás lo dábamos por jugado. Y ahí está. Según la encuesta que publica este periódico, la mayoría del Botánico se mantiene por poco. «Queda mucha tela por cortar», advierte un analista de Compromís.
Bonig estuvo el sábado con Juanma Moreno. Ambos lo comentaron: por el andaluz tampoco daban un euro. Y algunos, los que antes no querían ni verla ni dejarse ver con ella, ahora le llaman y se hacen los encontradizos. Y me refiero a señores con poder y sin ganas de llamar la atención.
El ejemplo de la de vueltas que da la vida se escenificó esta semana en La Petxina. Allí se personó José María Aznar, otrora dirigente adorado, posteriormente sólo temido, y en tiempos más próximos primordialmente ignorado por buena parte del PP. En cuanto empezó a hablar recordó que su participación en actos electorales de su partido en Valencia se remonta a aquellos tiempos en que el título de Liga se celebraba en Mestalla. Aznar mantiene con Valencia una curiosa relación. En su momento llenó, precisamente, Mestalla, cuando los mítines políticos eran a lo bruto. En 2008 acudió al Congreso que encumbró a Mariano Rajoy, que entonces también pudo cantar lo de LP: «What you'll see is the worst me/ I'm not the last of my kind!». El dirigente gallego remontó durante una convención en la que José María Aznar mostró su tono más aspero, lo que en realidad fue el anticipo de encontronazos aún peores, pero nada es para siempre.
Si pierde el Botánico, según sus líderes, el mundo se acabará, y volveremos a la Edad de Hielo. Si gana el Botánico, según los candidatos del centro derecha, naufragaremos todos. Este tipo de mensajes no son nuevos. Esta sensación apocalíptica tiene mucho que ver con los cambios. Uno de los mejores inicios de una novela, 'Historia de dos ciudades', de Dickens: «Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno». Todos tenemos la sensación, alguna vez en la vida, y en ocasiones en más de una, de que el mundo se acaba, pero sólo cambia. No es una cuestión de optimismo, el mundo gira, y seguirá girando. Aunque sea por inercia.
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