Borrell tenía razón

La anécdota ha pasado casi desapercibida, aunque es terriblemente reveladora del tipo de sociedad que estamos construyendo entre todos, con la participación de unos, el silencio cómplice o cobarde de otros y la protesta simbólica de unos pocos que se atreven a navegar contracorriente. El exministro y actualmente Alto Representante para la Política Exterior y Seguridad Común de la UE, el español Josep Borrell, provocó hace unos días una tormenta política en las redes sociales (que como es habitual se desintegró a las pocas horas) después de que en la presentación del libro de García-Margallo hiciera unas reflexiones muy interesantes cuestionando el compromiso de los jóvenes con la lucha contra el cambio climático. «Eso de que los jóvenes tienen una apuesta decidida por el cambio climático, eso que se puede llamar el síndrome Greta, permítame que lo dude, porque está muy bien salir a manifestarse por el cambio climático, hasta que no te pidan que contribuyas a pagarlo», afirmó en un tono distendido, tal vez sin ser consciente de la trascendencia que iban a tener sus palabras. «A mí me gustaría saber si los jóvenes que salen a manifestarse en las calles de Berlín para que se tomen medidas para luchar contra el cambio climático son conscientes de lo que le van a costar, y si están dispuestos a rebajar su nivel de vida para compensar a los mineros polacos, que si luchamos contra el cambio climático de verdad se van a quedar en el paro y habrá que subsidiarles», añadió el dirigente socialista. Y a continuación, el chaparrón, la lluvia torrencial de críticas, descalificaciones y exabruptos en la red, y finalmente, después de que tanto la Comisión Europea como el Gobierno español marcaran distancias prudenciales con estas manifestaciones, su inevitable rectificación: «Los movimientos juveniles que luchan contra el cambio climático tienen todo mi apoyo e inspiran a los políticos y a la sociedad». La corrección política se apuntaba un nuevo tanto al censurar a una voz que no discrepa con el cambio climático sino que llama a las cosas por su nombre y dice que está muy bien querer salvar el planeta, pero que eso tiene un coste y que cuando se habla de ese coste no todo el mundo está dispuesto a asumirlo. Aunque se viera obligado a rectificar, Borrell tenía razón cuando expresó sus dudas, cuando recordó que acabar con actividades como la minería del carbón (que desde el punto de vista ecológico puede ser imprescindible) tiene un precio, y que ese precio hay que pagarlo porque hay miles de familias que dependen del sector y que de la noche a la mañana no se pueden ver en la calle. Aunque la mayoría no quiera oírla, esa es la realidad.