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Los dueños mayoritarios del Valencia CF nos han traído esta semana dos sorpresas morrocotudas: un príncipe malayo dispuesto al parecer a auxiliar las cuentas del club y una visita al presidente de la Generalitat para decirle que no han podido cumplir lo anunciado durante años y pedirle otro aplazamiento en el asunto del nuevo estadio.
Como Ximo Puig contestó con rotundidad que ya no caben nuevos plazos, que el tiempo se ha agotado (y la paciencia), el señor Murthy se cogió un enfado de espanto y acabó perdiendo las formas de cordialidad y diplomacia. «Se ha acabado el crédito de Meriton», sentenció Puig. Y Murphy lo tachó de irresponsable y de paso criticó la gestión de la pandemia. Pero, hombre, adónde va con ese discurso. Por si faltaba algo de contundencia, también desde el Ayuntamiento de Valencia le han afeado el comportamiento. Luego, algo de silencio, a ver si escampa; que no escampará, porque las piezas irán moviéndose como corresponde ¡después de una larga espera de 12 años!, y, entre medias, lo del exotismo del príncipe malayo que va cobrando cuerpo, parece.
Pero las noticias inquietantes no paran de surgir. Lim habla de vender más jugadores para hacer caja y equilibrar presupuesto. No bastó con ventas anteriores. Jugador que despunte, traspasado. Recaudar lo que se pueda y comprar más barato. Ahí está el negocio. Y Bankia advierte que no sabe nada de la operación del príncipe. Lo lógico es que se mantenga al tanto a los acreedores, que ahora ya no es sólo Bankia, sino La Caixa que la absorbe.
Se han desmoronado hasta quienes estaban por la labor de que el nuevo estadio lo acabaran las instituciones públicas, una ensoñación de algunos que ha acabado por diluirse, visto lo visto. Y ahí sigue el monumento inútil de hormigón, imagen máxima del despropósito sobre terreno público y sobre las supuestas ilusiones populares en un equipo de fútbol.
Es que el Valencia «es un sentiment». Seguro, pero cada vez lo va siendo un poco menos, conforme se van acumulando las frustraciones, los incumplimientos... y los malos resultados. No es que la bolita no quiera entrar, es que partido tras partido se nota la inferioridad, se mire como se mire, y no hay esperanza de mejoría, todo apunta a peor.
Más tiempo, piden los dueños. Pero ¿más tiempo para qué?, si no han sido capaces de nada. ¿Es que no saben que lo público no es privado y que los miramientos por ser de lo que se trata tienen al final fecha de caducidad? Solo falta que el príncipe nos salga un día de estos aleccionado con lo del 'sentiment', cuando este concepto ya lo tenemos más que martirizado, como aprisionado entre botas malayas.
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