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El rostro violáceo en tres dimensiones de la premier sobresale como el cuco que se asoma por el hueco de un reloj cuyas manecillas están a punto de apretar su pescuezo dejando a la puntualidad si podrá escapar a su 'fatum'. La caricatura de Steve Bell en The Guardian ensambla el trance por el que atraviesa Theresa May a diez días para que expire el plazo que ella misma activó para la desconexión: el 29 de marzo. Aguanta en «un país en el caos» como critica The Economist en su reciente portada replicando la inquietud del «y ahora qué» que invade a los perdidos en semejante enredadera política. La primera ministra agoniza atrapada en su «Brexit means Brexit» -«Brexit significa Brexit»- por el que ella, pese a su euroescepticismo no apostó -se alineó en la permanencia-, pero del que cogió las riendas tras la fuga de David Cameron, el promotor suicida del referéndum del 23 de junio de 2016 que dio la victoria al 'bye' por 52% a 48%. Eligieron irse y, casi tres años después, aún no saben cómo. Hasta el famoso gato Larry, el guardián más popular del número 10 de Downing Street -implacable cazador de ratones a sueldo del Gobierno- se ha postulado como mediador en su cuenta de Twitter: «En este momento de profunda incertidumbre en el Reino Unido, ofrezco asumir las negociaciones del Brexit. No lo podría hacer peor...». No le falta razón. La resistente May afronta su enésima semana clave. Los comunes han rehusado un segundo plebiscito pero han aceptado su moción trampa para solicitar a la Unión Europea una moratoria corta. Una luz verde enrevesada porque la líder tory liga esta maniobra no vinculante a que la cámara baja valide su plan en una tercera votación tras los dos reveses en los que se lo han rechazado -especialmente porque imperan múltiples discrepancias sobre el 'backstop' o la cláusula para evitar fronteras entre las dos Irlandas-. Londres ha reubicado la carga sobre el tejado de Bruselas. Los Veintisiete deben dirimir la prórroga en la cumbre del 21 y 22 de marzo en la que exigirán saber para qué desean tiempo extra. May no quiere ir con las manos vacías. Necesita un mínimo espaldarazo a su texto. De lo contrario, amenaza a los diputados, agitará la coctelera con un ingrediente explosivo: el divorcio se dilataría más allá del 30 de junio obligando a los británicos a concurrir a las elecciones europeas del 26 de mayo. No hay que olvidar, en cualquier caso, que la última palabra ante un eventual aplazamiento la tiene el artículo 50 del Tratado de Lisboa, es decir, la unanimidad de los jefes de Estado o de Gobierno.

Reino Unido está encallado en la volatilidad de un 'Brexit' en punto muerto. O se aclaran de nuevo en las urnas; o aciertan allí donde Aristóteles situaba la virtud; o no habrá ruptura, ni dura, ni blanda. Habrá un 'Brexit' 'sine die', el fantasma que achucha May para escapar airosa del Big Ben.

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lasprovincias 'Brexit' en punto muerto