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Existen poquísimas excusas para no celebrar algo estos días, lo cual no deja de ser una buena noticia en tiempos en que vamos a la contra de todo. Nos hemos acostumbrado absurdamente a enumerar razones para distanciarnos, para pelearnos, para arrinconarnos en cantones opuestos. Por eso, que una vez al año hagamos el esfuerzo de encontrar algo que nos una en un mismo propósito -en una misma mesa- es digno de estudio. Y de salvarlo de la extinción. Solo hay que buscar lo que celebrar y que eso no sea en sí mismo un motivo de discusión, que nos conocemos. Porque celebrar está bien, no lo olvidemos (repitámonoslo varias veces), simplemente se trata de atinar en las razones idóneas y, sobre todo, en las personas adecuadas con las que hacerlo. Luego el cómo y el dónde ya dependen de cada cual. No se necesitan excesos ni ilustres escenarios -eso va por gustos-, sino buena compañía y unas motivaciones parecidas. No nos quedemos con los baches, fijémonos en el destino al que llegamos.
Los que más claro lo tienen estos días, por descontado, son los creyentes que conmemoran el nacimiento de Jesucristo, por más que ese acontecimiento haya quedado desvirtuado ante intereses mucho más comerciales. Otros, arrastrados por el espíritu navideño (tanta luz, tanta juerga, tanto día festivo colocado en el calendario laboral), pero sin ganas de ensalzar nada religioso, han convenido en que el solsticio de invierno tiene potestad suficiente como para darse un homenaje. O varios. Y no está mal. No es descabellado, teniendo en cuenta que en otras culturas este evento goza de arraigo y propicia reuniones y fiestas.
Puestos a señalar un pretexto, aunque suene obvio, cabe recordar que la próxima semana dejaremos atrás 2019 para empezar 2020. Toca despedirse con fundamento. Si el año que se va ha sido bueno podremos aprovechar para recrearnos con él, y si fue malo siempre se puede organizar un acto con el fin de sepultarlo, de marcar el punto y aparte. Y brindar por que lo que haya de venir sea bastante mejor. Estamos poco acostumbrados a festejar aquello que soltamos, lo que no deseamos que vuelva, con lo que queremos romper, lo que se agota. Y puede resultar bastante sanador y liberador. Definitivamente esta debería ser una de las causas con mayor peso para planificar una cena o cualquier otro jaleo, la de sacarse de encima lo que no ha funcionado e iniciar una etapa con perspectivas más óptimas.
Busquemos razones para celebrar con vino y palabras dulces. Ese puede ser un propósito para cerrar diciembre o para abrir enero. Busquemos, busquemos, porque existen. Por pequeñas que sean. Por superficiales, por rocambolescas, por irrelevantes. No nos conformemos con las que llegan por obligación, que esas sí que es probable que terminen en fracaso.
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