La inflación aprieta, aunque se ha moderado algo últimamente, pero lo que más preocupa a los expertos es la subyacente. Si tienen dudas, pongan algún ... experto en sus vidas. Lo yacente, para entendernos, es lo que está ahí, a la vista; lo subyacente, sin embargo, queda fuera del horizonte inmediato, como amagado, a salto de mata.
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El nivel de confianza ciudadana, por ejemplo, que es un índice molón que nos ilustra sobre el grado de optimismo o pesimismo que anida entre nosotros, anda bajo, por la crisis, la guerra, la postpandemia y toda la cohorte de incertidumbres que salen a diario en noticiarios. Pero es la medida de orden yacente, la que palpan los sociólogos que son capaces de medir estas cosas a través de indicadores, encuestas y vericuetos; luego está la subyacente, más peligrosa, porque está pero no está, o como si no estuviera aún; sabemos que anda por ahí, la notamos amenazante, sale cuando sale y tememos que acabe hiriendo.
Los cabreos subyacentes también llevan más riesgo por lo mismo: andan larvados y un buen día estallan. Alguien se pone a gritar de repente, es un suponer, ante la garita de una oficina donde le piden firma digital, o si no resulta que es un no es, y le indican que con la firma digital pida cita previa, cita digital. Mientras todo va en plan didáctico, aunque con carga absurda, y la respuesta sólo es la perplejidad resignada, todo se desenvuelve conforme lo previsto, pero si el administrado no puede soportar la presión subyacente y deja al fin que estalle, la perplejidad cambia súbitamente de bando y de pronto se obra el milagro que se negaba: aparecen instancias en papel, instrucciones milimétricas y facilidades, incluida una cita con fecha cercana. Cita previa, al fin y al cabo, pero presencial, analógica, cara a cara y explicando dudas y soluciones, como antaño. O sea, pragmático y sostenible.
Noticia de tipo yacente es -otro ejemplo- que el Gobierno anuncie que no nos faltará gas ni luz, que ahorrando un poquito seguro que no habrá racionamiento. Otra cosa es el precio. Y la gente se ha puesto a batallar por pasarse a tarifas TUR, reguladas por el propio Gobierno y bastante menos caras que las otras, las libres, que vienen a significar que las compañías son libres para subirlas como quieran. Pero va y resulta que los teléfonos para acceder a la TUR no funcionan, nos esquivan, y también las webs, y Competencia, tan alerta siempre ante estas cosas de la libre competencia, se hace la remolona y no arbitra, todavía, y el Gobierno mira hacia otro lado, no hace lo que el sorprendido ciudadano espera. Así que lo subyacente va subiendo de tono y el cabreo se extiende por nuevos campos y disciplinas.
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