El cachondeo del turismo

Sin sentido. Las surreales diferencias que las restricciones Covid siguen creando no dejan de deparar absurdas situaciones. O incluso escandalosas. Los turistas franceses vociferantes, sin mascarilla, saltando, abrazándose en mitad de la noche madrileña forman parte del segundo capítulo. Imágenes de las que nos empujan cuesta abajo por la pendiente de la inevitable cuarta ola. La prueba de que la irresponsabilidad no cesa, el pálpito de que por mucha actuación policial que haya (10.000 agentes y 500 controles dice Delegación del Gobierno que habrá esta Semana Santa en la Comunitat) llegamos siempre tarde a atajar la actitud incívica. Las acciones infames que siguen echando gasolina en el camino del virus. Igual que llegan tarde las vacunas, con la burla un día sí y otro también de las farmacéuticas, piratas a los que se permite jugar con el hecho de hacer riqueza en un océano pandémico que ahoga y agota ya a la sociedad mundial. Sin que ningún Gobierno ni la gran Europa sean capaces de meter en vereda a unos bucaneros de la jeringa que miran antes por sus cuentas corrientes que por la salud pública.

Pero no sólo enfadan las desleales actitudes en la sociedad que nos dejan en manos del Covid y que alargan la vuelta a la normalidad, si es que algún día regresa del todo (como son irresponsables los que decíamos la semana pasada: los que hacen colas, sin distancia, para comerse un 'pollofre', con un cuestionable negocio abierto con licencia a las puertas de la Basílica de la Virgen, otro sinsentido del desgobierno del Ayuntamiento, ¿no hay más sitios en Valencia?; o los que fuman en las terrazas; o los hosteleros que hacen la vista gorda al incumplimiento de las medidas, por muchos más que sí las respetan). Casi igual de exasperantes son las diferentes varas de medir con que nos damos de bruces unos y otros ciudadanos. Como si los hubiera de primera y segunda clase.

Un ejemplo. Compruebo lo sencillísimo que es salir de Valencia para irse a hacer turismo, por la cara, a casi cualquier punto de España, y por supuesto Europa. Basta apenas con que haya aeropuerto. Bueno, y posibilidad de gastarse algo de dinero, aunque ninguna locura. Tan fácil como hacerse una PCR. En el abultadísimo mercado de los laboratorios que se afanan por seguir haciéndose de oro las hay desde 45 euros. Vuelo de Valencia a París. Disponible en los buscadores de internet de un día para otro. 162 euros y dos horas de vuelo. De París a Madrid, 55 euros y otro par de horitas. Y con menos de 300 euros y unas seis horas después (entre facturación, esperas, etc...) uno se planta en Madrid, sin tener que dar ni una explicación más, listo para hacer lo que le plazca. Como los franceses que la liaron la otra noche en la capital.

Corredores YA. Y mientras, miles de familias sin verse a un puñado de kilómetros de distancia por el cierre perimetral de las autonomías. Padres e hijos a los que se prohibe reunirse bajo el mismo techo de un hogar por el hecho de no ser convivientes. Hosteleros y hoteleros malviviendo al no recibir el grueso de los visitantes de estas fechas, que en Semana Santa es el de los viajeros nacionales. Jubilados sufriendo por no poder visitar sus segundas residencias, comprobar si una gotera ha hundido su techo o si unos murcigleros les han vaciado la casa. Indigno. Urgen YA los corredores seguros entre autonomías con PCR, como esta semana han solicitado los hosteleros y comerciantes de la Comunitat. El Gobierno está obligado a controlar estos movimientos y permitirlos auspiciados por la legalidad. Igual que permiten que unos franceses se rían mientras de todos nosotros, en nuestra cara, en el corazón de España.