Seis largas horas. Es el tiempo que, según un estudio de Hootsuite, los españoles pasamos de media enganchados a internet. Insisto, de media. Y seis largas horas es exactamente lo que se prolongó el apagón mundial de WhatsApp, Facebook e Instagram hace unos días. El ... síndrome de abstinencia apareció casi al instante. Los nervios entre los usuarios se desataron, cuando transcurridos los primeros treinta minutos, detectaron que la avería iba para rato. Un bloqueo por un error en el cambio de configuración, dijeron desde el conglomerado de Mark Zuckerberg. El colapso de las tres aplicaciones provocó una avalancha de personas solicitando adherirse a otras como TikTok o Telegram. La migración de millones de usuarios ávidos de alternativa fue tal, que éstas también acabaron fallando. Inexorablemente no quedó más remedio que volver a las llamadas o a los mensajes de texto a secas. Para algunos lo más parecido a la Edad de Piedra.
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Este cese temporal de la convivencia con las redes constata la vulnerabilidad de los datos de miles de millones de personas -que según Facebook no se vieron «comprometidos»- y ha desnudado la ansiedad generalizada por estar en contacto exclusivamente a través de estos canales en los que predomina la comunicación asíncrona, o en diferido, en la que los interlocutores no necesariamente se expresan a la vez. Y digo se expresan porque es un término que abarca 'emojis' o 'stickers' para comunicarse sin necesidad de «emitir palabras», esa primera acepción con la que la RAE define el concepto de hablar y que implica un diálogo. Según varios estudios la mayoría de millennials y post-millennials evitan sistemáticamente las tradicionales llamadas porque las consideran invasivas y una pérdida de tiempo. Son esa 'generación muda' que siente pavor a descolgar el teléfono. Aunque lo de interactuar con simpáticos dibujos virtuales o con audios que podrían ser un podcast en lugar de juntando letras no es un terreno abonado sólo para los más jóvenes. También hubo muchos no nativos digitales que bendijeron que lo del otro día no fuese el apocalipsis del ecosistema virtual y que la cosa sólo quedara en simulacro de lo que sería de nosotros sin las redes. Podría decirse que éstas constituyen, parafraseando a la ministra Montero, una herramienta «preciosa» que nos hace la vida más fácil. Aunque para manejarlas debería ser necesario sacarse el carnet de la madurez y el sentido común. Sobre todo ahora que ya no son sólo unos cuantos psiquiatras quienes advierten de los peligros de las redes. Por primera vez, han salido a luz en 'The Wall Street Journal' varios informes internos de Facebook en los que la propia empresa admite que Instagram es tan tóxico que puede provocar problemas de salud mental.
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