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La calle quiere otra ola

La calle quiere otra ola

EL ESTADO DE LA COMUNITAT VALENCIANA ·

Hacer cola, a corta distancia y bajo la lluvia, para comerse un 'pollofre'. Fumar en una terraza de bar aunque la camarera te reprenda por dos veces. Tiendas llenas. No aprendemos

Arturo Checa

Valencia

Domingo, 21 de marzo 2021, 08:06

Lo inevitable. No es sólo porque la incidencia acumulada de casos haya comenzado a crecer en los últimos días en España, aunque sea tímidamente, tras varios meses de retroceso (aún no en la Comunitat, pero la tendencia es inevitable). Ni siquiera es sólo por el rocambolesco parón de la vacunación con AstraZeneca, a pesar de existir sólo un puñado de episodios de accidentes vasculares tras decenas de miles de vacunaciones en Europa ('¿Sabes que la píldora anticonceptiva puede provocar trombos? Un ejemplo de fármaco con más beneficios que riesgos', afirmaba estos días una información con acertado enfoque de la Cadena Ser). Tampoco es sólo por los absurdos criterior del cierre perimetral, los mismos que impiden que uno vaya a ver a sus familiares a Cuenca, o a visitar a un pariente muy enfermo en Madrid, pero que sin embargo permite que, con una simple PCR, turistas europeos vuelen a su antojo a la Comunitat y a España. A pesar de que Italia o París estén ya montando nuevos confinamientos por el aumento de casos. Ni por esas se cierra el grifo en los aeropuertos.

No sólo por todas estas cosas parece inevitable que acabemos sufriendo una cuarta ola. Lo más evitable para que no suceda ocurre en nuestras calles, en nuestro día a día, en nuestra actitud cotidiana. Y a pesar de llevar un año de pandemia, de saber lo que es que, hasta por dos veces, las restricciones se hagan más severas tras meses de laxitud, que las persianas vuelvan a cerrarse para no abrirse, ni siquiera así corregimos nuestros errores.

Descerebrados. La fatiga pandémica es desde luego ya insoportable. Estamos hartos de mascarillas, medidas, prohibiciones y falta de libertad. Pero después de tanto nadar y nadar, no podemos permitirnos ahogarnos en la orilla. Y un día de paseo por Valencia sirve para comprobar que muchos no entienden que un poco de cada gesto crea un tsunami. La cuarta ola. Como aquello del efecto mariposa que acaba generando un huracán en otra punta del país.

Primera escena que lo prueba. Tomo un cortado en una terraza de Petxina. En un bar que, por cierto, ha tenido desde la reapertura las mismas mesas en el exterior de las que ha tenido siempre. Ni siquiera cuando imperaba el aforo del 70% redujo su número. Mal empezamos. Una señora toma un refresco tres mesas más allá. Enciende un pitillo. La dueña, una mujer china, le echa la bronca. Debe levantarse y separarse al menos dos metros. La cliente opta por apagar el cigarro. Dos mesas más allá, se repite la escena. Un hombre con síntomas de embriaguez se pone también a fumar. La propietaria del bar acude rauda. Bien por ella. El hombre accede y se levanta. Da caladas a lo lejos. A los pocos minutos, de nuevo sentado, prende otro pitillo. Regañina más subida de tono de la camarera. El hombre esta vez incluso se encara. Se resiste un rato, apura algo más el cigarro, hasta que en la mezcla de expresiones en castellano y chino, oye la palabra 'policía'. Apaga el pitillo, pega una patada a la silla y se va. Mal seguimos.

Por un gofre. Vale que 'La pollería' esté muy de moda. Vale que las tonterías permitan a la juventud liberarse, evadirse, ser incluso rebeldes. Pero hacer cola junto a la plaza de la Virgen mientras llueve, hace frío y apenas respetando la distancia de seguridad, todo por comerse un 'pollofre' (gofre con forma de pene) es otra soberana estupidez, una nueva prueba de que no hemos aprendido nada. Como tiendas de 'cosas', de esas nada urgentes, llenas a rebosar. Y después culparemos de la cuarta ola a los que mandan.

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