Camino de perdición
MARINERO EN TIERRA ·
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:29
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MARINERO EN TIERRA ·
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:29
Hay una película de Sam Mendes, protagonizada por Tom Hanks y Paul Newman que lleva por título 'Camino a la perdición'. Se estrenó en 2002 y ha sido considerada como una joya del cine negro. Era la adaptación de una novela de Max Allan Collins y recibió un óscar a la mejor fotografía. Los traductores del título jugaron con la carga semántica y moral que tiene el término 'perdición', para mostrar la meta a la que se dirigen un padre y un hijo que escapan de la mafia y el crimen organizado en tiempos de la Gran Depresión.
'Perdición' no describe una categoría moral o teológica como estado en el que se encuentran quienes llevan una vida desordenada, unas pasiones desenfredadas o la culpa las corroe por haber realizado un daño grave. 'Perdición' es el nombre del pueblo al que se dirigen los protagonistas.
Aunque el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y el presidente Pedro Sánchez se parecen poco a Newman y Hanks, los dos parecen empeñados en llevarnos a 'perdición'. Como si quisieran que el primer tercio del siglo XXI de la vida española llevara el título de esta interesante película. Parece ser que, para ellos, no se trata de una villa o pueblo con el nombre de 'Perdición', sino una categoría moral, política y hasta teológica. Así lo describía un vecino con el que mantuve recientemente una conversación y aseguró que el actual gobierno, que está siguiendo los pasos de Zapatero, «nos está llevando a la perdición». No se refería a la villa imaginaria de la película, sino al lugar moral de abandono y desamparo, caracterizado por el caos económico y educativo, el desorden en la gestión de los «bienes temporales», la progresiva desmoralización y el desprecio de la ética cívica de la transición.
Este juicio casi apocalíptico y tan poco navideño de nuestra situación histórica, responde a la fría realidad de los hogares, las pequeñas empresas y el estado anímico de la clase media. A diferencia de los gobiernos y gran parte de la clase política que parecen regirse por relatos edulcorados o ficticios, a los ciudadanos se nos impone una realidad desnuda y sin relato. Basta fijarse en lo hábiles que han sido para sustituir lo científico por lo emocional, para instrumentalizar la información, despreciar la cultura de la transparencia basada en la verdad, o minusvalorar los datos en el registro de los muertos durante la pandemia. Y no digamos los ridículos argumentos que aplican con el traslado de inmigrantes, como si no tuviéramos capacidad para distinguir entre propaganda y verdad, como si no supiéramos que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.
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