El camorrista y el comicastro
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Condenar una agresión no impide debatir sobre los límites del humorVamos, Frank, sube a recogerlo. Apenas resonaron las palabras de Will Rogers, maestro de ceremonias, allá que se lanzó Frank, Capra, decidido a empuñar su ... estatuilla sin reparar a tiempo en que era otro Frank, Lloyd, sentado unas sillas más allá, el señalado para la gloria. Recuerda el glorioso chasco Luis Miguel Carmona en su 'Enciclopedia de los Oscar'. Capra admitiría que aquella noche de marzo de 1934, en la habitación Fiesta del hotel Ambassador de Los Angeles, de regreso a su mesa con las manos vacías se sintió gusano. La relación entre presentador y platea en la gala de Hollywood siempre ha estado expuesta a cortocircuitos, Warren Beatty lo sabe, pero nunca antes degeneró en arrebato de violencia. El bofetón de Will Smith a Chris Rock, qué lejos quedan Glenn Ford y Rita Hayworth, merece todo el desprecio, lo inteligente por su parte era largarse, y la industria ya se lo hará pagar. La exposición al escarnio público es otro tramo más de la alfombra roja y la descerebrada reacción del actor -no termino de ver el machismo que le reprochan- fue propia del raperillo pendenciero que se hacía llamar Príncipe de Bel-Air, a quien sólo le han faltado en torno los pandilleros jaleando «¡Bien por Will!» y Carlton Banks al servicio de Tom Jones. El puño jamás puede ser recurso mientras tengas a mano la palabra, aunque por si acaso no querría verme en su lugar, pero condenar lo ocurrido no anula el debate sobre los límites del humor y dónde situar el burladero de la libertad de expresión. Si todo vale, adelante. Riamos las gracias a quien humilla ante 15 millones de espectadores a una persona que perdió el pelo debido a una enfermedad. Y también, por extensión, a los bufones autóctonos, que se suenan los mocos con la bandera, se mofan de los crucifijos o alivian el luto del terrorismo en busca de pitorreo a costa de las víctimas. ¿Piel fina o piel gruesa? Reflexionemos, porque en función de lo elegido será luego difícil defender cortafuegos socialmente aceptados, cuando el imbécil de turno tire de repertorio machista, misógino, racista u homófobo, porque todo, transgresión y corrección, no podemos tenerlo. Plaga tras plaga, entre pandemia y crisis necesitábamos algo más de nuestra cultura. Hoy tocaba hablar de Steven Spielberg y su homenaje a la tolerancia; del regreso triunfal de Jane Campion, injustamente olvidada junto a un piano varado en la playa; de la lección de 'CODA'. Pero todo el debate gira en torno a dos agresiones, la verbal del comicastro que no merece pisar otra gala de los Oscar y la física del camorrista que nunca debió recoger su trofeo. Volvamos a Will Rogers. «Sólo una cosa puede matar a las películas -solía repetir el veterano cómico-, y eso es la mala educación». Bien dicho, Will; Rogers, no Smith.
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