Dar el cante

Podría ser un maravilloso acto relacionado con los homenajes a Berlanga por el centenario de su nacimiento. El guionista Rafael Azcona no lo habría discurrido mejor. Se mezcla la caspa nacionalista, el morro hispano, unas cuantas gotículas de dadaísmo decadente y unos puntazos de codicia cochina. Maravilloso. La idea de importar a un artista guineano para ponerlo a cantar en valenciano y repelar así más subvenciones, desde luego lo que sí merece es un premio en metálico por la categoría de la trama y lo descacharrante de la engañifa.

Nos han hecho reír tanto en plena Filomena pandémica que desde aquí espero que la Justicia, si tuviese que enchufarles, al hermano y a sus socios, otra multa, tome esto en cuenta a modo de atenuante para rebajar el importe. Incluso ya habían encontrado a un guineano cantante para la operación económico-melódica. Bueno, estaba afincado, parece ser, en Canarias, pero era original de allí. Se le invitaba a venir, se le apuntaba a un curso acelerado de aprenda valenciano en siete días, se le incrustaba en un estudio de grabación, tal vez para versionear 'La manta al coll', ese gran clásico, y a cobrar. Así suena la tragicomedia de las subvenciones, de ese desparrame al principio nebuloso pero que luego suele cristalizar en los bolsillos de los amigos del Poder. Un astuto menda que vivió media docena de años a costa de las subvenciones me explicó que convenía mantener los reflejos acordes a los tiempos. Por ejemplo, para pedir un dinero útil que investigase la ardilla del mediterráneo, se debía añadir oportuna coletilla tipo: «Para el estudio de la ardilla del mediterráneo y su reproducción sostenible durante el cambio climático». Con la ardilla a secas el asunto nunca prosperaba, pero incorporado ese extra de sostenibilidad y cambio climático aflojaban la calderilla seguro. Imposible negarse ante tan noble estudio.