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No me tenía todavía en pie y ya recitaba las alineaciones de los equipos de fútbol. Pasaron los años y, sin perder un ápice del aroma balompédico, adoraba escribir mientras me empapaba del vendaval radiofónico José María García. El cóctel sólo podía saber a periodismo deportivo. Hacia allí me encaminé con clases en el CEU y la leída diaria de LAS PROVINCIAS, que ofrecía en Deportes una sección para que escribieran los lectores. Y como tal me puse delante de mi olivetti azul cobalto para enviar una reivindicación de los canteranos. Mis dedos desprendían indignación. Me molestaba que se ficharan medianías de no se sabe dónde y se desperdiciara el talento creado en casa. Paterna sólo servía para nutrir a otros clubes. Busqué el número de canteranos blanquinegros desperdigados por España. El número era alto mientras en el Valencia era ínfimo. Finalizada la escritura, la metí en un sobre y la llevé al buzón (para los jóvenes, se trata de unos huecos cilíndricos de color amarillo donde se depositan cartas). Esperé y esperé, casi me desesperé, pero un día apareció mi firma con el encolerizado texto. Días después se puso en contacto conmigo Antonio Ribes, que por aquel entonces ejercía de embajador del filial del Valencia. Allá donde iban los jóvenes allí estaba ese hombre menudo pero siempre elegante. Me dijo que el texto le identificaba. Ha pasado mucho tiempo, pero cada vez que un hijo de Paterna se convierte en futbolista me acuerdo de él. Le imagino sonriente y satisfecho. Ya la temporada pasada esbozaría un gesto amable, que ampliaría esta campaña. Porque ver una plantilla del Valencia con Gayà y Carlos Soler como indiscutibles y con la pujanza de Lato, Ferran Torres y Javi Jiménez emociona a Mestalla. Y si, además, ya despunta Kangin Lee, un futbolista diferente, de esos que lucen uno entre mil, se saltan hasta las lágrimas. Y Centelles. Y Pascu. Y Jordi Escobar. Y Hugo Guillamón. Y Christian Rivero. Y Sito. Y Álex Blanco. Pero esto no se consigue por azar. Aquí hay trabajo, hay una planificación, existe una confianza. Oír a Marcelino decir que hará jugar a un futbolista de 17 años si lo merece más que uno de 27 refuerza el discurso. La edad acaba siendo un número si lo que trasciende es el esfuerzo, el valor y la calidad. Casillas y Raúl en el Real Madrid o Messi, Iniesta y Xavi en el Barça se convirtieron en indiscutibles cuando aún casi ni se afeitaban y sus carreras fueron profundas y cargadas de éxitos. Ayestaran sigue preguntándose cómo no se atrevió a dar paso a Carlos Soler cuando no pocos se lo advirtieron. Que se hable valenciano en el vestuario siempre será buena señal, identificará más al equipo con la afición, que ansía éxitos pero si es con los más próximos siempre sabe mejor, como así lo deseaba Antonio Ribes.
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