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No hace tanto, en estos meses de encierro, Vicente Muñoz Puelles me llamó en busca de un dato difícil: el lugar exacto donde nació Luis García Berlanga. Tú no lo sabes, María Ángeles; pero en el apuro recurrí a la entrevista-serial que le hiciste al maestro del cine en el lejano 1974. Lo tengo fotografiado, página por página, como otros trabajos tuyos admirables: los dedicados a Estellés, Pinazo, Nassio Bayarri, Arturo Ballester... No encontré el dato; ni el propio Berlanga sabría en qué casa familiar vino a nacer. Llegamos a la conclusión de que la madre quizá dio a luz en la de los abuelos. Pero el reto me sirvió para encontrar una vez más -demonio de mujer- esa forma peculiar de 'trabajar' al entrevistado, de reblandecerlo y darle cuerda de confianza, para que al final hable, se explaye sin prisas, sondee en el laberinto de la sinceridad y se muestre tal cual, sin caretas ni disimulos, humanamente abierto al entrevistador.
No he de esforzarme, porque tú misma lo escribiste en la entrevista que el cineasta te concedió en Somosaguas: «He de confesar que con García Berlanga el tiempo me pasa veloz, y me importa tanto escucharle como no perder uno de sus gestos». Es eso, las manos, los rituales, el modo de tocarse el pelo: «Sus ojos, tan azules como los de un niño, se entornan maliciosos como los de un fauno», escribiste. Y ya está: eso es Berlanga.
La parte de la entrevista, con la famosa muñeca de 'Tamaño natural' como testigo en el «estudio de los secretos», es de antología, María Ángeles. Y forma parte de lo que todos los periodistas que seguimos tus pasos, que admiramos envidiosos tu trabajo, hemos intentado aprender. Don Luis, quitando malicia a sus sueños eróticos. El personaje entrevistado, da igual que sea hombre o mujer, se despoja de sus recelos y se rinde a un proceso que es, a la vez, de sinceridad moral y de intento de seducción intelectual.
Miles de entrevistas, de vidas que han quedado plasmadas en las páginas de este diario, forman un friso que, si se editara, sería la mejor guía de la Valencia de la segunda mitad del siglo XX. Desde Nino Bravo a Matilde Salvador, desde Arturo Ballester a Torres Murciano, desde Andrés Estellés a García Asensio... La cultura y la vida, los oficios perdidos y el pan ganado en la calle, los más encumbrados intelectuales y la gente corriente que levanta cada mañana la persiana del taller. Y eso, claro está, unido a lo que a todos nos dejaba con la boca abierta: dos o tres libros por año, docenas de libros sobre la gente del mar y de las montañas, de la artesanía en riesgo y de las tradiciones recobradas. Un friso de geografía humana, de periodismo ambulante, en el que un Paco Jarque inolvidable, barbudo como Júpiter, puso las mejores imágenes.
Me piden que escriba en tu homenaje y ahora caigo, maldito virus, en que no nos hemos visto desde que el Ayuntamiento, al inicio de las fallas frustradas de 2020, te rindió tributo de admiración junto con otras mujeres que habéis contribuido al prestigio de la gran Fiesta. Pero tenemos que vernos. Tenemos que darnos el abrazo que ahora mismo cierra esta especie de carta. De un admirador, siempre admirado ante tu trabajo y tu entrañable risa. (Dale recuerdos a Miguel).
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