Lo que más admiro de ti es que no te has vuelto loca. Ahí va la madre de Marta Calvo, chismorrean las miradas, hecha un ovillo de dolor. Y tú como si nada; o casi nada, que ya es bastante. Estoica, camina o revienta, masticando ... pena, lo mismo gestionas la compasión que batallas en el Congreso o soportas el horrendo testimonio de tu bestia, quien encima se pone digna y pide no ser vista como un monstruo, otra puñalada cuando el dilema gira en torno a si descuartizó o no a tu hija. Pero hasta eso resistes, sujeto el pulso, siempre en pie como el padre de Míriam. Un chalado, dijeron de él. Lógico si así fuera, atrapado en el recuerdo de una niña que hoy, quién sabe, quizá sería escritora, pues tenía paladar para la poesía. Y tal vez madre como tú. Pero también a él se la robaron, así que ahí anda el pobre estremeciéndose después de tres décadas cuando le hablan de una falange aparecida en tal sitio o de las historias del polizón ambientadas entre el asiento trasero de un Corsa y la cubierta de un buque. Cada uno tenéis lo que el otro anhela. Tú, un villano frente a frente contra el que arrojar odio. Él, una zanja por maldecir y unos restos donde depositar flores; aunque poco es, al menos le da para forzar un punto final y empezar de nuevo. Lo fácil en tu caso, Marisol, lo sensato, sería enloquecer. Yo lo haría, pero tú erre que erre admirablemente cuerda. Igual que Eva, madre de otra Marta, resignada mientras el Cuco da el cante, ahora esto ahora aquello, y el cuerpo de su hija volatilizado. En vosotras pienso cuando la mía sale de fiesta, mayoría de edad recién estrenada, fruta verde entre gusanos, y juntos los tres digerimos el duermevela hasta que un mensaje, ven a por mí, enciende el alba. Otras vigilias si no estáis de guardia me refugio en Consuelo, la infortunada madre, una más, que aquella condenada tarde de sábado ni comer podía. Cómo hacerlo si a esta hora están matando a mi hijo, dicen que dijo con uno de esos nudos que teje la angustia en la garganta. Mientras mirábamos un reloj, ella pulsó su piloto automático y ya no lo desactivó hasta que el Covid, piadoso, la reencontró con el joven de las manos blancas. Ya sólo les falta Marimar, hermana y madre también, agraviada incluso en los homenajes. Qué quieres que te diga, por menos de lo que todas habéis vivido sale a cuenta volverse loco. Loco para no enloquecer, como el móvil que se bloquea antes de que el exceso de calor lo achicharre. Pero te niegas, y con antinatural fortaleza aguardas sentencia, que no justicia, pues lo justo sería que te devolvieran a tu Marta tal y como aquella noche salió de casa y eso, por más jueces que tengamos, no pasará. La justicia es una alucinación. Con todo el pesar, con toda mi pleitesía, de un padre a una madre, gracias por tu sensatez.

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