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Alguna vez he contado que la enseñanza primaria, la antigua EGB, la cursé en el colegio El Pilar de Valencia. Sin embargo, la enseñanza secundaria ... la cursé en un instituto público, el Francesc Ferrer y Guardia del barrio de Benimaclet. Con el nombre dado al centro educativo ya empezábamos mal, el de un anarquista catalán ejecutado por instigar los sucesos de la Semana Trágica en la Barcelona de 1909. Y dudo que el homenaje se justificara tanto por la doble condición de pedagogo y comunista libertario del personaje como por su origen regional. Ya saben, la izquierda valenciana y esa admiración impulsiva por todo aquello procedente del norte del Cenia. Parece ser que el cuadro de ilustres valencianos susceptibles de honra pública e institucional se había agotado hacía mucho tiempo. No olvidemos que en aquellos tiempos del gobierno autonómico de Joan Lerma y Ciprià Císcar el catalanismo campaba a sus anchas casi con tanta soltura como con el gobierno del Botánico, pero en un proceso expansivo y no de consolidación como el de hoy. Bien es cierto que con alguna dificultad resultado de la resistencia de una sociedad que todavía no había asimilado la identidad sucursalista por ser, entre otras muchas cosas, novedosa. Durante mis tres cursos de bachillerato el proselitismo pancatalanista se ciñó casi en exclusiva a una cuestión lingüística travestida de causa puramente científica. Pero, ay amigo, al llegar al COU me toparía con la cruda realidad de la educación pública postfranquista. Mi profesor de «valenciano» aquel curso preuniversitario era articulista del diario Levante-EMV y los manuales con los que impartía su asignatura no podían ser calificados de otra manera que de panfletos políticos. Su discurso elevaba considerablemente el tono y transgredía la frontera entre lo idiomático y lo político; los valencianos éramos catalanes, punto. ¿Acaso las políticas públicas de recuperación de Lanostrallengua llevadas a cabo desde principios de los años ochenta del siglo pasado no han sido siempre la excusa para la catalanización de la Comunidad Valenciana? Pero todo pasa y, como premio por aguantar aquella insufrible turra durante toda mi adolescencia, me obsequiaron con un cartoncito de la Junta Qualificadora de Coneixements en ¿Valencià? que certificaba mi dominio de la Llenguapropia. Y ahora que a aquellos alumnos que promedien al menos un 7 en la asignatura de Lallenguadetots en los dos cursos de bachiller será premiado con el nivel de conocimientos C1, hay instituciones como la AVL que se quejan. Pues a mí me parece una indemnización exigua por haber aguantado tamaña monserga.
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