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CASA PALACIO
DEL CONDE DE MONTORNÉS

CASA PALACIO DEL CONDE DE MONTORNÉS

TRIBUNA ·

El placer de pasear por la Valencia antigua y encontrar algunos de sus tesoros arquitectónicos, desconocidos muchas veces por los valencianos

Mª DE LAS MERCEDES CASQUERO DE LA CRUZ MÉDICO Y ESCRITORA LP

Sábado, 21 de noviembre 2020, 09:51

En una isla situada entre dos brazos del rio -Tiris le llamaron los romanos- habitada por tribus íberas que apenas dejaban huella, comenzó nuestra historia. Era el año 138 a.C, y el cónsul romano Décimo Junio Bruto regresaba triunfador de sus guerras lusitanas cuando llegó a ella. Le pareció un lugar adecuado para construir una ciudad en la que pudieran habitar sus soldados recién licenciados. Y decidió fundar una ciudad y llamarla Valentia.

Valentia romana y visigoda, Balansiya musulmana, Valencia cristiana, todas han hecho historia dejando su huella en una ciudad que respira la luz del Mediterráneo, y sabe a Mediterráneo. Recorrerla pausadamente, sin prisas, con tiempo para recrearnos en sus entrañables rincones y sus recoletas placitas, nos permitirá conocerla mejor y enamorarnos de ella.

Aquella Valentia creció haciéndose a sí misma, incorporando a su naturaleza lo bueno y lo malo de cada uno de aquellos que la habitaban. Abierta a las corrientes culturales que le llegaban por su mar Mediterráneo, que tiene mucho de Valencia, ambos comparten la misma luz y el mismo aroma conservador y avanzado a la vez. Valencia tuvo, en el siglo XV, el primer Siglo de Oro, brillante, excepcional e irrepetible, rico en arte y cultura, que define mejor que nada la ciudad que fue en el siglo XV y la que ha llegado hasta nuestros días conservando la esencia de ese esplendor, de la riqueza que crearon sus artistas, sus comerciantes y artesanos, sus escritores, y sobre todo el trabajo esforzado, la creatividad y la entrega del pueblo valenciano. Fue la ciudad por la que entró en España el Renacimiento, que traía desde Italia los aires renovados de una nueva cultura y una nueva manera de concebir la vida. Los nuevos aires del Renacimiento, ponían punto final a la Edad Media.

Hace dos mil años estuvo cerca el Circo Romano, posteriormente la muralla musulmana

Valencia romana, visigoda, musulmana, judía y cristiana se han adaptado al paso del tiempo, conservando a veces y destruyendo otras, la riqueza de una ciudad sin igual que llegó a ser la más importante de España con la Corona de Aragón, con una lengua romance, derivada del latín, el valenciano, que trasmitieron a sus hijos las madres mozárabes. Valencia vio nacer al gran humanista europeo Luis Vives, y hoy es una ciudad abierta y multicultural, humanista, que conserva un rico patrimonio histórico, cultural y artístico.

El paso del tiempo es una mano modeladora y la Valencia actual reúne todo lo que esa mano ha permitido conservar. Hoy, los valencianos caminamos deprisa, agobiados por preocupaciones que nos impiden mirar la belleza de lo que dejamos a nuestro paso. Pero Valencia merece ser mirada.

En una calle estrecha del barrio de la Xerea, la calle del Conde de Montornés, podemos contemplar un trocito de la historia de Valencia, la que fue Casa Palacio del Conde que da nombre a la calle. A principios del siglo XIX, un señor Montesinos, junto a lo que había sido el Oratorio de San Felipe Neri y sobre lo que solo era un pedregal, mandó construir tres viviendas individuales pero unificadas desde el principio por una sola fachada. En 1850 la heredó la esposa del Conde de Trenor y a partir de ese momento las tres viviendas se configuraron como una sola formando la Casa Palaciega. La fachada de estilo ecléctico, con metopas y triglifos, capiteles dóricos y hermosos balcones, algunos acristalados, y todos bajo el abrigo de una espectacular cornisa, sigue siendo la misma hermosa fachada que fue en el siglo XIX. A pesar de haber tenido durante este tiempo diferentes inquilinos, gracias a la protección que le concedió el Ayuntamiento, sigue conservando, casi milagrosamente, la misma arquitectura y hasta el mismo color de la fachada que han podido ver los valencianos desde hace casi 200 años.

En su interior, en su última remodelación, se ha perdido su estructura de palacio para ser, de acuerdo con los tiempos actuales, viviendas, despachos y oficinas, pero su fachada protegida sigue siendo la misma y la finca aún conserva en su interior los bellos y valiosos elementos que, por estar protegidos, se retiraron antes del derribo para ser restaurados por manos expertas y recolocados después: Cúpulas con hermosas vidrieras, una pequeña sala de música, puertas de maderas nobles hábilmente talladas y un delicioso salón de baile cuyas paredes, hace tiempo ya, no contemplan bailarines y si algunos ordenadores.

La Casa Palacio del Conde de Montornés forma, desde hace casi dos siglos, parte del patrimonio histórico-artístico de Valencia. Hoy, en este infortunado 2020 podemos situarnos frente a ella y mirarla junto a la Iglesia barroca de Santo Tomás y San felipe Neri, con una esplendida fachada del Padre Tosca, levantada en el siglo XVIII sobre el Oratorio de San Felipe Neri de 1645. Verlas una junto a la otra sin duda nos evoca un pasado glorioso de Valencia. Hace dos mil años estuvo cerca el Circo Romano, posteriormente lo estuvo la muralla musulmana del siglo XI de la que se conservan, protegidos, unos restos en un sótano de la finca. Próximas estuvieron también, en los siglos XIV y XV, las tres juderías de Valencia destruidas por incendios provocados. Bajo el mismo cielo respiramos el mismo aire y es fácil desear, tal como escribió Jorge Luis Borges, que en un momento mágico se juntasen los gritos de los aurigas, los salmos judíos, la algarabía de la Puerta de la Xerea, los cantos cristianos del Oratorio, todos a la vez en el mismo tiempo y en el mismo espacio.

Pasear y disfrutar Valencia, tal vez imaginarla, y saludar, a pesar de la pandemia, a aquellos con los que nos cruzamos, puede ser un pequeño bálsamo que nos ayude a superar el momento que vivimos.

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