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Como esas construcciones sin cimientos que se derrumban en cuanto la naturaleza asoma sus garras, los socios del Botánico siguen abriendo frentes sin aportar argumentos de peso, ni cifras, para justificar decisiones que recaen sobre las maltrechas arcas públicas. El gasto para engrosar la estructura de la Administración no para de crecer, en ocasiones «por cuestiones ideológicas», como les reprochó ya abiertamente la patronal autonómica.
Es el caso de la prometida reversión a la gestión pública de servicios como la Inspección Técnica de Vehículos (ITV) a partir del año 2023, cuando expire la concesión actual.
El discurso político quedó claro con la reversión sanitaria iniciada la pasada legislatura y entronca directamente con la demonización de la gestión privada de lo público. Así, en términos generales, sin bajar al detalle ni analizar si es más o menos eficiente que las fórmulas alternativas.
En el caso de las ITV, la reversión se antoja tanto o más compleja que la de los hospitales. En primer lugar, porque afecta a más de 1.200 trabajadores de siete empresas, con diversidad de convenios e incluso dos distintos por compañía, y se presta con sistemas informáticos diferentes.
A eso se añade la creciente maraña de pleitos entre el Consell y las concesionarias por las sucesivas bajadas tarifarias que ha tumbado la justicia. El último, el recurso de la Generalitat contra la anulación de los precios hoy vigentes por considerar que, con ellos, la Administración pretende incumplir una sentencia anterior.
A la espera de noticias judiciales para ver hasta dónde se eleva el montante de las reclamaciones patrimoniales de las concesionarias por lo dejado de ingresar a causa de esas bajadas de precio, que superaría ya los noventa millones, a esa factura se suman ahora los 50.000 euros que gastará el conseller Rafael Climent en un informe sobre las actuaciones, la cronología y el coste de devolver a la Administración la gestión de la ITV.
En cinco meses, y sin recurrir para ello a personal público, espera tener la hoja de ruta para cumplir la promesa hecha, aparentemente, sin pensar en cómo hacerlo ni en cuánto costará.
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