Urgente Un accidente en la A-7 provoca varios kilómetros de atascos sentido Alicante

Soy un afortunado. De verdad que me siento así. Ángel Castellanos, nacido en Miguelturra y uno de los jugadores míticos de mi infancia, marcó pocos goles con la camiseta del Valencia. Puedo vacilar de que yo, al menos, vi en directo en Mestalla dos de los que anotó para cerrar el marcador con sendas victorias por 1-0. En mi cabeza quedan fragmentos de aquellos partidos, recuerdos que no sé bien si se corresponden con la realidad de las crónicas escritas pero que de una manera u otra me acompañarán para el resto de mi vida con ese relato particular. Mi primer gol de Castellanos fue el que marcó a Racic en un partido contra el Castellón el 15 de noviembre de 1981. Mis padres inauguraron por esas fechas el divorcio en España y había que distraer a los niños. Lo hice como okupa en las butacas de mi tío Luis, tras atravesar de un empujón la puerta de acceso. Yo no sé si pasó así o no pero recuerdo, sentado en las piernas de mi padre, un asedio a la portería albinegra y un tipo fondón vestido de amarillo parando todos los balones que llegaban a la portería. Puede ser que ese fuera mi primer partido en Mestalla, con mi padre dando la chapa con la calidad de Arnesen, yo creyendo que Felman (el primer futbolista del que tuve constancia) se llamaba 'almacén' y con Sempere en el campo sin saber que sería el único ídolo de mi vida. Castellanos marcó el gol de la victoria pero es cierto que el zapatazo no se me grabó en la corteza prefrontal de mi cabeza. La temporada siguiente volvimos a tribuna casi en familia -mi padre, su segunda mujer, mi hermano y un servidor-. Sólo recuerdo dos cosas, o al menos esa es mi realidad: a Carlos Pereira con el chándal del Atlético como portero suplente de Mejías, un tipo que tenía pinta de muchas cosas menos de guardameta, y el fantástico gol de Castellanos desde fuera del área (si no lo fue, para mí lo será hasta el resto de mis días). El otro día Rafa Lahuerta comentaba que ese tanto fue fundamental para que meses después el gol de Tendillo obrara el milagro de la salvación. En aquel instante, para un niño de ocho años aquel partido estaba limpio de trascendencia y dramatismo. Aquel capítulo de mi vida se titula 'El gol de Castellanos'. Tuve la oportunidad de hablar con él hace cuatro años en Granada para hacer un reportaje que titulé: «Castellanos, el primer hipster». La barba que lucía para tapar una brecha de trece puntos de sutura fue su seña de identidad. Acompañado aquel día de Manolo Botubot, que es hoy uno de sus ángeles de la guarda, encontré un tipo puro, transparente, sin un gramo de rencor a aquellos silbidos, orgulloso de haber vestido la camiseta del Valencia, humilde, sincero y sencillo. Hoy, el de Miguelturra vive entre recuerdos desencadenados pero nadie olvidará nunca el brillo de esa mirada.

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