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Cuando política y economía entrelazan sus manos suele ser mala idea construir castillos en el aire. La historia que a continuación referiré tiene por protagonista a Juan Soler y para dimensionarla conviene distanciarse del presente crepuscular del personaje o la progresiva devaluación del cargo que ostentó. Asentado en el cénit de su proyección social, con la burbuja inmobiliaria todavía ganando altura y recién anunciada la operación de Porchinos, el dueño del mejor Valencia de todos los tiempos desplegaba en aquel momento una capacidad de influencia apenas superada por Camps o Barberá. Y desde esa posición dominante maceraba otro golpe de efecto, un plan que juraba ocultar incluso a sus consejeros. De lo avanzado que estuviera aquello sólo él y la instancia con la que lo negociara pueden dar fe, pero no olvido el brillo de sus ojos mientras deslizaba la exclusiva bajo esa sonrisilla propia del que ha dejado escapar un secreto y busca complicidad en quien lo cazó al vuelo. «Esto no puede salir de aquí», vino a decir. Su prudencia era lógica, candentes como estaban las ascuas tras lo de Ribarroja, avivadas por el fuelle de su majestuoso desliz al hablar públicamente de 'pelotazo', quizá una de las pocas verdades irrefutables que salieron de su boca. El caso es que Porchinos debía ser sólo el primero de muchos chollos. A la sombra de la gran recalificación, el constructor maduraba seis proyectos similares aunque a menor escala que reportarían hasta 144 millones más. A grandes rasgos -tampoco procede abordar los pormenores de una maniobra que a saber cuánto tenía de factible-, en su cabeza el guion estaba escrito. Con sigilo. El Valencia buscaba sedes para media docena de escuelas de fútbol, dos por provincia, una en Paterna, y luego encendía la traca. Las instituciones aprobaban un cambio de uso en los terrenos contiguos, el club edificaba sobre ellos urbanizaciones de lujo y el negocio dejaba en caja entre 18 y 24 kilos a multiplicar por seis. Si el traslado de la ciudad deportiva saldaba la deuda y el nuevo estadio lo pagaba el viejo, esta guinda era la catapulta hacia la opulencia. Jaque mate. ¿Jaque mate? «Quiso volar igual que las gaviotas (...) y los demás dijeron 'pobre idiota, no sabe que volar es imposible'», escribió Alberto Cortez de los castillos en el aire. Pues eso, la economía reventó, la política ya no se atrevió... y colorín colorado. De aquel cuento de la lechera podría hoy tomar nota la Generalitat, entonces compinche y ahora al fin liberada del fango del balón pero igual de insensata. Lo demuestra su último y parcheado presupuesto, pendiente de dos velas a san Pedro y santa Úrsula. Otra ensoñación, sólo que en esta se percibe más fullería que error de cálculo. Gocemos a corto plazo del neón de los titulares de prensa entregados a la causa y ya capearemos futuros sonrojos. Serénese, vicepresidenta. Mucho me temo que no va a ser cuestión de 21 millones, salvo que acepte billetes del Monopoly. Política y economía, mal maridaje. Pregunte a Soler; a Juan, no a Vicent.
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