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A María José Catalá le sobra preparación política, intuición y dotes de estratega para llegar a convertirse en alcaldesa de Valencia en 2023. Le sobra confianza en ello, arrojo para lograrlo y ganas. Eso sí, a la presidenta del PP en Valencia y portavoz popular en el Ayuntamiento no le basta con eso. Falta lo fundamental: lograr con esas armas seducir a los electores suficientes para conseguirlo. Pero, claro, no es fácil. El camino para llegar hasta esa meta está repleto de zancadillas (puede que hasta de los suyos) e incertidumbres. Entre las principales: ver quiénes serán sus rivales en la contienda. Algo, a estas alturas, imposible de predecir. Ni Rappel.
Joan Ribó dice que no despejará la duda hasta un año antes de las elecciones, aunque muchos -incluso a veces parece que el propio alcalde- le dan por amortizado y señalan a Mónica Oltra como favorita para encabezar la lista. (Amén de las escaramuzas del entorno de Enric Morera queriendo colarle como segundo a modo de heredero). Sandra Gómez hace méritos para repetir, fiándolo casi todo a gestos sobredimensionados y dedicados a la bancada más escorada a la izquierda de su partido; aunque a fecha de hoy es duda en las quinielas. El voluntarioso Fernando Giner, por su parte, anda desde hace tiempo en un mar de dudas personales, más pensando en salir con la cabeza alta que en continuar; aunque la convulsión en Ciudadanos -dinamitado desde dentro y desde fuera- le devuelve un inesperado protagonismo en medio del naufragio. Otro fleco será Vox: la duda, si se sacarán un candidato mediático de la chistera o les bastará con la alargada sombra de Santiago Abascal.
A dos años vista y conscientes de que la política en este país es cada vez más líquida y berlanguiana, cualquier alineación está condenada a errar. Sólo parece consolidada la alternativa de Catalá, que puede encontrar precisamente en la indefinición de sus contrincantes su mejor baza para ir seduciendo a lo largo de ese tiempo al electorado. Dos años para demostrar que, además de una notable política, es alguien con quien los votantes de Valencia pueden confiar, justo en un momento en el que el descrédito reina tanto a la izquierda como a la derecha. Ese es su gran reto: ser creíble y mostrar carisma, más allá de los gestos y del márquetin político. Ser auténtica.
Gilles Lipovestsky señala en su ensayo 'Gustar y emocionar': «No se puede 'vender' a un candidato como se vende 'una pastilla de jabón': se trata de crear adhesión». Catalá, que tiene un perfil de centro derecha muy marcado -es en el que realmente se encuentra cómoda, alejada de extremismos- debe absorber el nicho de votos que va a dejar Ciudadanos, pero al tiempo tener cintura para taponar la sangría hacia Vox e, incluso, rascar en algún caladero más aprovechando que el voto local es más de liderazgo que ideológico. ¿Cómo? Cayetana Álvarez de Toledo relató en una tribuna publicada en 'El Mundo' que Isabel Díaz Ayuso le dijo: «Yo estoy dispuesta a todo por Madrid y por los madrileños. No me importan las consecuencias. Me da igual el coste personal». Creo que Catalá haría suyas esas palabras. Y si no, debería hacerlo porque en política, como en tantas cosas de la vida, es necesaria la ambición (sana, por supuesto), la entrega, la pasión y, en especial, la ilusión. Algo necesario para alguien que aspire a ser alcaldesa de su ciudad o presidenta de su autonomía. Un líder que debe dejar aflorar su personalidad haciéndose popular, querida entre sus ciudadanos. Y a eso se llega saliendo de los círculos viciosos de la política de despacho y pisando asfalto. Conociendo a sus vecinos. A todos. Demostrando con su honestidad que es capaz de despertar, con su trabajo, a esta Valencia que necesita recuperar su espíritu emprendedor, el entusiasmo y la ambición que debe tener la tercera ciudad de España. No lograrlo sólo podría calificarse de fracaso y algunos, no perdonarían.
Es domingo, 21 de marzo. Hace quince años nació Twitter y, atrapados en la red, fuimos menos libres.
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