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El otro día leí un tuit de un señor catalán indignado porque en la televisión había escuchado cómo se le daba un trato diferenciado a ... la literatura valenciana con respecto de la catalana. Y retorné a una de las ideas que llevan tiempo rondándome la cabeza: la imposibilidad de que el nacionalismo expansivo pueda vencer en un terreno que desconoce tanto. A esta ignorancia puntual se une la ignorancia generalizada del pueblo catalán de la histórica diversidad lingüística del territorio valenciano. Es cierto que esa estrategia de apelar al sentimiento de culpa por no expresarse en «valenciano» para empujar a la sociedad a la catalanización ha tenido cierto éxito, pero que exista una compatibilidad inveterada entre la valencianía y la lengua castellana como idioma de uso habitual complica sobremanera su maniobra de asimilación definitiva. Porque no es lo mismo aplicar estratagemas psicológicas a un «xarnegu» de Badalona sin arraigo que a un utielano -o a un miembro de la burguesía capitalina- cuya valencianidad es vieja. Sé que esto puede acabar colisionando con los postulados del valencianismo político, pero tendríamos que converger en la idea de que la sólida dualidad idiomática valenciana actúa como un erizo checo de hierro hincado en una playa: ralentiza el paso de los desembarcados y afianza la defensa de ambas personalidades culturales. Una simbiosis legada por la Historia y la tradición que se ha convertido por accidente en valladar de anexionismos; una cuestión irresoluble para el sucursalismo.
La seguridad de la derrota del catalanismo debe venir también de la interiorización de que del lado de los defensores de la identidad tradicional valenciana está la razón histórica, pero también esa razón jurídica que puede ser invocada frente a la Administración o la Justicia. Y es que la segunda razón no es inocua y nace como expresión de la voluntad de la primera. Cuando el Estatuto dice «valenciano» quiere decir valenciano y no otra cosa; cuando dice «Comunitat Valenciana» quiere decir Comunitat Valenciana y no otra cosa; cuando el legislador sitúa la denominación «Reino de Valencia» en el articulado con valor normativo y no en el preámbulo se corona de coherencia.
Tampoco debemos dejar de observar un rasgo muy común del catalanismo y que, al contrario de lo que por fuerza quiere transmitir, denota vulnerabilidad: la pedantería, esa petulancia insoportable que desemboca inexorablemente en la autocomplacencia; el disimulo sofisticado de su inferioridad social.
Pero cuidado, que su victoria sea imposible no significa que su avance no pueda acabar rompiendo territorialmente nuestra región.
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