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CATORCE CONSELLERÍAS Y TRES HUEVOS DUROS
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Como los políticos victoriosos del 28A en la Comunitat fueron marxistas en su día y algunos lo son todavía, por acción u omisión, entenderemos mejor las negociaciones que se traen para formar gobierno con esa escena repetida de Groucho y sus hermanos en la que se proponen comer de gorra a costa de otros, esa en la que cuando ya no saben qué más platos pedir añaden lo de los dos huevos duros, o mejor aún, «en lugar de dos, ponga tres». La referencia está muy sobada, pero no tanto las justificaciones de ese ansia por quedarse con todo lo que pueda extraerse de una despensa ajena. Cuando Groucho se interesa por lo que puede cenar y le responden «todo lo que usted quiera, señor», a los hermanos Marx se le sueltan las ataduras y lo quieren todo, como los niños pequeños: «traiga uno de cada clase», «le sacaremos el jugo a esta compañía», hasta el momento cumbre en el que pretenden apropiarse también de las propinas del camarero. Algo de ese aire marxiano va tomando la negociación del Botànic II, donde partiendo de las nueve consellerías actuales, se pasó a aumentarlas a doce, luego a catorce, quince, y dos huevos duros, «pero, espere, en lugar de dos, ponga tres». Total, les sale gratis.
Resulta algo obsceno haber pasado en cuatro añitos de proclamar el rescate de las personas al alarde de rescatar cargos y poltronas, empezando por Ignacio Blanco a quien botaron los votantes (y los compañeros) y hubo de quedar acogido a la sopa boba de Mónica Oltra. Toca hacer sitio a todos, que no caben en nueve consellerías; PSPV, Compromís sección a, Compromís sección b, Compromís sección c, Podemos y hasta la desaparecida Esquerra. Ya hubo señal de andar muy apretados cuando Oltra colocó a un colega desalojado del escaño como personal de confianza de Enric Morera en la presidencia de Les Corts. Ximo Puig y sus beneficiarios acaban en una tremenda parodia: replicando en tamaño el megalómano gobierno de Camps que tanto les indignó, quizá hasta igualando las famosas tres vicepresidencias, a las que sólo le faltaría poner como guinda una dirección general 'para los grandes expresos europeos' (Agustín de Foxá). Es cosa de situar a muchos, repartir mucho, contentar, y no tanto creer que la gobernanza de una comunidad autónoma requiera un gigantismo que atenta contra la eficacia política y administrativa. Y después vendrá lo de siempre, descubrirán que no cuentan con suficientes funcionarios para servir a tantos señores y tocará engordar también el cuerpo laboral de la Generalitat, aunque sepamos que siguen gastándose 1.100 millones por encima de lo comprometido y que se inventan otros 1.300 millones de ingresos ficticios. Pero conviene insistir, la fiesta la pagan otros. Ya ha pasado otras veces: más políticos mandando supone más burocracia, más legislación innecesaria, más liturgia, más funcionarios paseando papeles, más desapego y distancia con la realidad... más impuestos, muchos más. Catorce o quince consellerías darán lugar a un Consell inoperante, donde se multiplicarán los versos sueltos y los intereses de parte. Ese puede ser un cambio importante. En la etapa anterior se buscó la supervivencia global del proyecto botánico con la palabrería del famoso mestizaje, pero una vez visto que la selectividad de las urnas ha resultado desigual y competitiva, es posible que a futuro cada clan persiga la manera de sacar un rendimiento propio y particular, ignorando las prioridades generales del Consell.
Los pactos de gobierno siguen abiertos. Y otra vez se observa una diferencia radical entre las estrategias de Sánchez y Puig. Pedro Sánchez vuelve a comportarse como un jugador de riesgo, acostumbrado a los órdagos y las victorias sorprendentes. Tras marear la perdiz durante la campaña electoral y marear todavía más a Pablo Iglesias semana a semana, ahora parece apostar por un viaje al centro, en solitario, despegándose de los herederos políticos del terrorismo vasco, de los separatistas catalanes y hasta de Podemos. Sánchez parece interesado en un acercamiento a Ciudadanos e incluso al Partido Popular, propiciando una abstención que le posibilite un Gobierno monocolor, al tiempo que se refuerza en la UE donde los socialdemócratas van a la baja. Cualquiera sabe si Sánchez va en serio o estamos ante otro amago, sobre todo ahora que se extiende la idea de que ha dejado de escuchar a sus colaboradores y ya levita por encima de los mortales; lo mismo que le pasó a los anteriores inquilinos de la Moncloa pero con más velocidad.
El planteamiento de Ximo Puig, como se ve, nada ha tenido que ver con el de su secretario general. Ni se lo ha pensado. Puig ha tomado una postura conservadora, como hace cuatro años, asegurando la posición con socios naturales en lugar de embarcarse en aventuras raras fuera de su espectro ideológico o decidirse a sufrir desgaste con un gobierno en solitario. El nuevo Consell podrá ser heterogéneo, ingobernable, inútil o escandaloso, pero Puig pretende que por encima de lo demás sea cómodo, cómodo para él queremos decir, con una mayoría parlamentaria garantizada gracias a las cesiones previas a los aliados gubernamentales. Esta táctica coincide con una de las incógnitas clave en la negociación del Botànic II. Puig, y por extensión el PSPV, todavía no han dicho ni mu. De momento están dando cuerda a los socios minoritarios, soltando carrete, cediendo y templando las demandas, pero habrá que ver qué piden para sí los socialistas cuando los demás se hayan saciado de consellerias y huevos duros. El President afronta ahora su segundo mandato y le pasará lo habitual en estos casos, se volverá más impaciente y más intransigente (con los suyos, con los de fuera, con la prensa), lo tenemos comprobado de antes y esta vez no será diferente. Todos acaban subiéndose a la parra por una cosa o por otra.
La otra incógnita clave de la negociación es Mónica Oltra. Sigue callada, aunque le ha soltado a Puig una bomba atómica con la filtración del reparto de la publicidad institucional; más que un pulso, semeja lo del chiste del paciente y el dentista amenazando con quién puede hacer más daño al otro. Pero públicamente Oltra mantiene su silencio. Sus compañeros de Compromís negocian en nombre de la coalición, pero según alguien que está en el secreto de las conversaciones, «Mónica aún no ha enseñado la patita y es raro, hasta que ella no diga nada las fichas del dominó no caen». ¿Ha hablado Oltra al menos con los suyos respecto a sus aspiraciones personales? Probablemente no, todavía no; «nadie sabe qué reparto tiene en la cabeza», parece que puede pretender lo mismo que ya tenía, parece, pero la vicepresidenta acredita una capacidad enorme para dar golpes de efecto y salirse con la suya. Un respeto. La partida no ha terminado.
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