
La caverna de Zaratustra
«Jesús Ibáñez y Joaquín Maurín tuvieron mejor suerte que Andreu Nin, desollado hasta la muerte en 1937 por agentes soviéticos»
EMILIO GARCÍA GÓMEZ | DOCTOR EN FILOLOGÍA
Sábado, 3 de julio 2021, 08:09
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EMILIO GARCÍA GÓMEZ | DOCTOR EN FILOLOGÍA
Sábado, 3 de julio 2021, 08:09
El 21 de enero de 1924 fallecía Lenin, el gran agente y mito de la revolución comunista rusa. Los días siguientes fueron dedicados a sus ... faraónicas exequias, finalizando con el depósito del cadáver embalsamado en un mausoleo provisional. La imagen de Lenin ha quedado ligada al despotismo y la falta de indulgencia, como demostró en Kronstadt. Para el líder ruso, no hay espacio para el perdón de los opositores políticos ni revoluciones sin pelotones de fusilamiento.
El 23 de enero de ese mismo año, el Palacio Real de Madrid se preparaba para celebrar ostentosamente el santo del rey Alfonso XIII. Al acabar el agasajo, los nueve generales y un almirante del Directorio, con su Presidente, Primo de Rivera, se reunieron a deliberar en la residencia oficial, el Palacio de Buenavista. Pasadas las 5:30 de la tarde, el Presidente se dirigió a los periodistas: «Supongo que no esperarán ustedes noticias». «Esperábamos, porque como se hablaba de una amnistía...». «No hay nada de eso. No hay nada de nada. No hemos despachado con el Monarca; no hemos hecho más que felicitar al Monarca y asistir a la recepción, como es de protocolo» (Madrid, 'El Sol', 24 de enero de 1924, p. 2).
Sin embargo, como complemento a los actos sociales, el gobierno de Primo de Rivera entregó al monarca español una propuesta -«una especie de indulto»- para una serie de inquilinos de las cárceles. La noticia apareció en la prensa al día siguiente. Se trataba de 44 comunistas, sindicalistas y anarquistas detenidos el mes anterior por actividades subversivas que, como ya se ha apuntado en trabajos de divulgación, perfilaban la Revolución de Asturias. Los detenidos gubernativos puestos en libertad (37 comunistas, 5 sindicalistas y 2 anarquistas) procedían de Barcelona, San Sebastián, Oviedo, Alicante y Madrid. Lo que motivó esta acción era la necesidad del Directorio de ganarse al partido socialista, lo que consiguió parcialmente.
Entre los perdonados se hallaba Jesús Ibáñez Rodríguez, un singular personaje de la agitación asturiana, enamorado del bolchevismo, el socialismo y el anarquismo, que desempeñaría un papel destacado en el intento golpe de Estado de 1934 y en la Guerra Civil. El fecundo 'bloguero' mierense Juanjo Menéndez Fernández sitúa a Ibáñez en Barcelona en abril de 1921, unos días después del atentado contra Dato en 8 de marzo de ese año. Su objetivo era organizar, junto con Andrés Nin, Joaquín Maurín y otros, el equipo que asistiría en Moscú a la III Internacional. Joaquín Maurín describiría a Ibáñez como un tipo escapado de las páginas de la novela picaresca clásica. Jesús Ibáñez fue uno de los elegidos. Ni corto ni perezoso emprendió viaje con una parada en Berlín. A través de sus contactos se acercó a una comuna anarquista dirigida por otro personaje tan excéntrico como él llamado Heinrich Goldberg y apodado Filareto Kavernido (en esperanto reformado por él mismo, «amigo de la cueva»). La cueva de referencia era la 'Kaverna di Zarathustra', un recinto situado en las afueras de Berlín que irradiaba el cultivo de vegetales y el amor libre. Filareto cambiaría de residencia varias veces hasta acabar en Santo Domingo, donde murió asesinado unos años después, no si dejar descendencia.
A Jesús Ibáñez le atraían las ideas de Bakunin sobre el amor libre, pero donde encontró su verdadera pasión fue en los brazos y los cuerpos al natural de las mujeres de la comuna. Las disputas entre los dos españoles presentes y los nudistas alemanes terminaron en una refriega. Finalmente, Ibáñez tomó el tren que le conduciría a Moscú a reunirse con Nin y Maurín, antes de regresar a España. La contienda política contra la dictadura de Primo de Rivera en la que Ibáñez se vio envuelto en diciembre de 1923 le llevó al calabozo, para salir a los pocos días mediante una inesperada, increíble y hasta absurda medida de gracia.
Jesús Ibáñez y Joaquín Maurín tuvieron mejor suerte que Andreu Nin, desollado hasta la muerte en 1937 por agentes soviéticos. Ibáñez se escapó a Méjico y Maurín a Nueva York. Ambos disfrutaron de una vejez tranquila dedicada a las letras. La novela de Ibáñez, «Discos de acero. Memorias de mi cadáver» es inalcanzable, excepto visitando físicamente la Biblioteca Nacional de México.
El profesor almeriense M.A.Morales Payán ('Indultos particulares durante el Directorio Militar de Primo de Rivera, 1923-1925') ha descrito el residuo medieval del que emanan los indultos y amnistías en nuestro país, de los que se abusa con inverosímil justificación. Un denominador común es «que la parte agraviada no se opone al indulto y la buena conducta y pruebas de arrepentimiento del penado». Un argumento que no siempre se cumple, y menos cuando entran en juego decisiones políticas. Desde el Directorio de Primo de Rivera hasta hoy, pasando por la caverna del amor libre, no han cambiado mucho las cosas.
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