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No me gusta cumplir años. Vaya eso por delante. Me da vértigo pensar que me aproximo a los 50, pero ahí están, los empiezo a atisbar en el horizonte. Si parece que fue ayer cuando cayeron los 40. Me fastidia encontrarme una cana, reconocerme una ... arruga. Por más que una y otra puedan ser bellas. Soy de este mundo y si hubiera alguna alternativa positiva a envejecer me apuntaría a ella. No lo duden.
Pero no tanto por coquetería -a mí me gusta cómo estoy- sino por lo que implica sumar años: problemas físicos, taras emocionales, pérdidas de personas que te importan. Lo de ir alcanzando décadas conlleva una cara B nada halagüeña, con la que no tenemos más remedio que conformarnos y a la que conviene enfrentarse con la cabeza lo más despejada posible.
Dicho todo esto, que me enrollo, confieso que me llevo bastante bien con mi edad, estoy conciliado con ella, no echo de menos etapas anteriores, no miro con añoranza nada del pasado, no me cambiaría ahora mismo por nadie con 20 años, ni siquiera querría repetir momentos puntuales sabiendo lo que sé ahora. No me molesta haber cometido algunos errores, me reconozco en casi todas las situaciones vividas, no tengo demasiadas espinas clavadas y las que hay no me escuecen. Ya no.
Me miro en el espejo y me reconozco. No veo a aquel chaval escuálido y desaliñado que me acompañó durante mi juventud pero no me disgusta para nada en qué se ha convertido. Comprendo la evolución, tiene su lógica, no lamento nada perdido o ganado respecto a mi físico. Soy ese que está ahí, no me sorprendo de cómo he llegado hasta aquí.
Me gusta la gente que celebra su edad. Entre esos me siento reconocido. Los que lo llevan con deportividad. Aquí hemos venido a jugar. Los que llega su cumpleaños y no se enfadan, los que no tienen problema al enseñar el DNI aunque la fecha de nacimiento asuste, los que encuentran algo positivo en haber recorrido varios estadios de vida.
Esta semana en una entrevista en 'Icon' el actor Eusebio Poncela explicaba que adoraba el paso del tiempo. «No estoy en contra del tiempo, sería un gilipollas. Estoy a favor, muy a favor», aseguraba convencido. Y definía como maravillosas las diversas edades vividas.
Creo que ese es un triunfo, aunque sea pequeño, con el que debemos reconfortarnos, aunque no dé para grandes algarabías.
Ojalá esto se hubiese inventado de otra manera, sí, para que siempre luciéramos estupendos, y el paso de los años no nos degenerase, pero eso no está en nuestras manos. Lo que sí está -y a eso voy- es intentar hallar en cada etapa un estímulo diferente, algo atractivo. El truco está en detectar qué podemos hacer a los 40 que no éramos capaces a los 30. Y a los 50. Y a los 60. Y los que sigan. Y celebrarlo. Celebrar mucho. Una de las cosas que te enseñan los años es que hay que celebrarlo todo.
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