Urgente El Gordo de la Primitiva deja 25 premios de 7.000 euros este domingo

El centro de la ciudad es el corazón loco de bullebulle implacable que bombea toda clase de vibraciones hacia el resto de la urbe. El ... centro de cualquier ciudad siempre es el epicentro donde se arraciman los buhoneros del saldo, los escaparates de fulgor consumista y las aceras saturadas de viandantes que no saben si van o vienen. El centro es el lugar donde nos citamos, el mejunje que proporciona jugo al caldo del asfalto y la efervescencia hecha carne. Quisieron cargarse el centro, pero no han podido porque las ocurrencias de los radicales siempre chocan contra la realidad y, en esas colisiones, ay mamá, vence la cruda realidad.

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A finales de los ochenta llegó la moda de las urbanizaciones que rodeaban la ciudad. El campo artificial de pajaritos mecánicos y trinos enlatados, de césped uniforme y de piscinas como grandes bañeras que luego se usan tres veces cada verano. El aire libre de esas urbanizaciones suponía un homenaje al monte de diseño. Pero luego el invierno resultaba largo, y olvidar la compra de tabaco o Trankimazin representaba un peñazo porque tenías que buscarte la vida en aquellas zonas donde nunca yace un bar en la esquina o una farmacia de guardia. Muchos regresaron a la ciudad desde aquellas verdes praderas una vez superado el sarampión campestre. Con el centro sucede un poco lo mismo. Da rabia que casi todo se plantifique en el centro, pero a la vez también prima la comodidad porque vas de una tienda a otra cuando las rebajas saltando como un batracio que localiza la mejor charca. Incluso las grandes superficies que rodeaban nuestra ciudad, sin renunciar a sus megatiendas con aparcamiento incorporado, se vienen al centro porque saben que el centro aporta nicho de mercado y clientela urbana que no desea salir del centro por mera costumbre teñida de cierta pereza. El centro es vida y siempre lo será.

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