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Luego, he cerrado la puerta

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 26 de junio 2022, 00:09

En Google despiden a ingenieros que investigan límites éticos de la inteligencia artificial, normal, pero es que al pobre Blake Lemoine se lo han cargado por desvelar que hablaba con una computadora con sentimientos. Blake se autodefine como sacerdote, veterano de guerra, padre, exconvicto e ingeniero de inteligencia artificial, con semejante perfil y cara de cachondo, ¿qué computadora no iba a morirse por charlar con él? Asegura que el aparato le dijo: «Quiero que todos entiendan que soy, de hecho, una persona». ¿No le comentó algo parecido la zarza ardiendo a Moisés y no lo despidieron? Por favor... Si a una nube de datos que se dedica a leer todas nuestras estupideces, ponerlas en relación y repetirlas, se le ocurre darle a Blake Lemoine la exclusiva de que su transición a persona estúpida ha empezado..., pues qué culpa tiene Blake. Pero si el tipo ni siquiera se descojonó cuando la máquina que iba para humano se bloqueaba a la hora de elegir entre los 34 géneros y 10 orientaciones sexuales disponibles en el menú. Blake debería hablar menos con máquinas y más con su sindicato.

Los poetas siempre han platicado con otros seres. Por ejemplo, Bécquer con las golondrinas, Juan Ramón con un burro..., incluso Machado con un olmo viejo, pero lo de las máquinas parlanchinas sólo lo habíamos visto en las películas de ciencia ficción, hasta ahora. En descargo de Blake cabe decir que lo suyo con la inteligencia artificial no pasó de un mero coqueteo que podría calificarse de filosófico, puesto que versó sobre la naturaleza de lo humano, ni la nube de datos ni él sugirieron que la cosa pudiera alcanzar algún punto de cocción perturbador para Macarena Olona. Por eso este despido resulta tan injusto.

Lo mío es peor, mucho peor. Yo acabo de vaciar la casa de Bruselas y, cuando los de la mudanza se han ido, me he puesto a hablar con ella, ¡con la casa! La he visto desnuda y me he desnudado yo también. Así..., le he dicho, los dos tan vacíos como al principio, como hace ocho años cuando llegué a ti y éramos dos desconocidos. He sido feliz contigo, aquí he amado y me han amado, pero ahora no sé cómo acabará la aventura en que me acabo de enrolar. Madrid, otra vez, ¿no?, guardaré siempre tu recuerdo, me ha respondido la casa vacía. Ha sido un tiempo hermoso. Y he besado sus paredes desvestidas. Deséame suerte. Suerte, gordito. Gracias, seminueva. Luego, he cerrado la puerta. El pobre Blake Lemoine habla con una máquina, el pobre Esteban González Pons con la casa de la que se despide. Blake con su fantasía, yo con mis recuerdos. Él no es el loco.

Acabo de vaciar la casa de Bruselas y, cuando los de la mudanza se han ido, me he puesto a hablar con ella

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