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Habrase visto tamaña ingratitud. Compromís debería votar sí, y cien veces sí, a Pedro Sánchez. A fin de cuentas, el chapapote de la investidura está sirviendo para licuar el debate en torno a la porquería de nuestras playas justo en lo más alto de la temporada. Como dicen que señalar es de mala educación, mejor dejemos la asignación de responsabilidades para quienes saben de esto. Tómenselo con calma, que total el verano es largo y los turistas pacientes, pero sírvanse darnos cumplida cuenta de las conclusiones para que podamos mostrar agradecimiento a nuestro Wells contemporáneo, cuya máquina del tiempo nos aproxima por acequias y redes de alcantarillado a aquella playa de la Malvarrosa atrapada en la infancia; salvaje, sin más lavapiés que el cubito transportado con calculada previsión hasta los límites de un Gobi de arena infinita. Sólo otro empujoncito más y ya habremos regresado a los ochenta de orillas generosas, cuando las medusas, las galletas de alquitrán que limpiábamos en casa con aceite, la mejor fruta de temporada, el fuerte olor a combustible o las bolsas que entonces no regateaba el súper se colaban un día sí y otro también entre los rastrillos tellineros. Como para buscar a la escherichia coli en tan denso menú. El progreso -ya decía el gran Alfredo en 'Cinema Paradiso' que siempre llega tarde- nos trajo parsimonioso primero las dunas recubiertas de vegetación, motivo de ensoñación desde los ventanales del viejo instituto Isabel de Villena, luego el ansiado paseo marítimo, y así al fin envolvimos nuestra gran playa con una reluciente bandera azul. Aún recuerdo el asombro de un alto cargo de ACM, empresa organizadora de la Copa América, al contarle cómo era décadas atrás esta California mediterránea que se extendía ante sus ojos; tiempos no tan lejanos en los que el tejido vecinal luchaba por su dignidad mientras Valencia daba la espalda al mar. No debió de creer nada de lo que oía. Por fortuna al frente de la causa playera se sitúa ya el concejal Grezzi para poner fin a esta dirupción temporal. Viendo su gestión de la movilidad insostenible, cabe aventurar que la solución al problema está 'encarrilada'.
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