HÉCTOR ESTEBAN
Sábado, 9 de junio 2018, 08:49
Hace muchos años, un sábado bien entrada la madrugada, me topé con Héctor Barberá en la discoteca de verano de mi pueblo que le patrocinó en el carenado de la moto en sus inicios como piloto. El chaval, que no era más que un niño que empezaba a tocar dinero y a llenar su cabeza de pájaros, aceleraba por la pista como un danzarín alejado de la clausura que exige el deporte de elite en plena temporada. Aquella no fue la primera. Me crucé con él muchas veces más, siempre a todo gas. El cuatro veces campeón del mundo Jorge Martínez 'Aspar' me dijo un día que nunca había visto un talento sobre la moto como el de Héctor Barberá, un niño de Dos Aguas que nació para pilotar. Quizá el de Ángel Rodríguez, otro que se estampó mucho antes con la cruda realidad. El problema es que en la mayoría de las ocasiones el talento sin control es el primer paso hacia el fracaso. Aspar fue el primero que puso en las manos del de Dos Aguas un manillar para deslumbrar en el Mundial de motococlismo. Una apuesta segura, a caballo ganador pero con el objetivo de moldear una personalidad desbocada. Aspar pensó que con el tiempo, aquel niño prodigio centraría su su velocímetro y llegarían los resultados en forma de campeonatos del mundo. Barberá siempre fue inquieto y saltó de equipo en equipo sin lograr el objetivo. Siempre a punto pero nunca en disposición de logralo. Estuvo en los mejores boxes y gozó del material más avanzado pero nunca quiso ser el ganador que lleva dentro. Incluso fue compañero de Jorge Lorenzo, dos temperamentos con caminos diferentes. En la categoría pequeña estuvo a punto ser campeón, igual que en Moto2. Pareció encontrar la estabilidad en MotoGP, donde se alzó con el título Open. Ese renacer fue clave para que pilotara la Ducati oficial en alguna carrera sin el resultado esperado. Una vez más el talento derrapó. Entre gran premio y gran premio, Barberá visitó los juzgados en más de una ocasión. Por conducir bajo los efectos del alcohol, sin carné o por malos tratos en una pelea con su entonces novia, que también fue sentenciada. Un largo historial a sus 31 años. Encender el motor de un Audi R6 de madrugada y apretar el acelerador en una avenida de Valencia canta más que un Seat León amarillo en un polígono. Un detalle que Barberá no tuvo la lucidez de adivinar y que le llevó a soplar en el alcoholímetro para dar, otra vez, positivo. El piloto de Dos Aguas bajó de categoría este año al equipo de Sito Pons como última oportunidad para ser campeón de verdad. Su compañero, el italiano Baldasarri, le ha dejado en evidencia en cada carrera. Barberá todavía no ha entendido que su tiempo en activo se agota, que los patrocinadores se cansan y que las luces de la discoteca hace tiempo que ya se apagaron.
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