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China acaba de proclamar su compromiso de apoyar a África sin imponerle su voluntad. ¿Es que alguien podría ver motivos para sospechar lo contrario? Excusatio ... non petita, accusatio manifesta.
La realidad es que la inmensa mayoría de los gobiernos del continente africano ya están hipotecados con China y dependen en mayor o menor medida del dinero del régimen comunista-capitalista de Pekín, que acaba de cerrar en Dakar, en la cumbre del Foro de Cooperación Sino-Africana, un nuevo torrente de inversiones por 60.000 millones de euros.
El novelista sueco Hening Mankell ya advirtió en 2008 sobre la expansión china que veía en Mozambique, donde vivía seis meses cada año, y en otros países pobres africanos. En su exitosa novela 'El Chino' advirtiór sobre los peligros que intuía. Entre las intrigas de la trama novelística está su desasosiego real por lo que veía en el delta del Zambeze y las inquietudes que se multiplicaban en Maputo sobre el trato que empresas de construcción daban a operarios locales. Mankell se preguntó sobre la creciente presencia china en África: «¿Son colonialistas o amigos?» En una entrevista con Amelia Castilla, en 'El País', señaló: «Estamos viendo cómo la influencia de China crece en todo el mundo, y especialmente en algunos países pobres de África. Si pasas por el aeropuerto de Johannesburg y miras a las personas que esperan para subirse a los aviones, al menos un cincuenta por ciento son chinos».
Lo que vivió Mankell en directo ha ido a mucho más y no tiene pinta de parar. De 54 estados africanos, sólo uno, la pequeña Swazilandia (hoy rebautizada Esuatini), sigue negándose a aceptar la protección inversora de China y permanece leal a Taiwan. Los otros 53 países ya están ligados en diverso grado a la potencia del capital chino y todos juntos, los regímenes africanos y el de Pekín, han exhibido celebraciones en el referido Foro, prometiéndose lealtades y compromisos mutuos.
Resulta muy muy llamativo observar este aparatoso cambio en la titularidad del colonialismo global, porque en el fondo es más de lo mismo: promesas para el desarrollo que se centran en componendas con los poderes locales y, a cambio, conquista de favores para obtener ventajas en el dominio comercial y obtener materias primas en exclusiva, que es donde se centra la actual gran guerra mundial. Y enfrente, EE UU hace como que no ve, y la vieja Europa, que un día colonizó y descolonizó la mayor parte de África, hace como que no se entera, para no molestar a Pekín, del que también dependemos cada vez en mayor medida.
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