Igual es que viven en la inopia, y en ese caso no nos sirven. O tal vez, como el avestruz, creen que el peligro desaparece con ignorarlo -«laissez faire, laissez passer»-. Quizá, tercera opción, han hecho suyo el axioma nazi según el cual una mentira ... muy repetida acaba siendo verdad. Y siempre queda la posibilidad de que sólo nos tomen por idiotas, sin que les falte razón si siete años después seguimos dándoles correa. Meditemos bien la respuesta, pues en función de lo escogido deberemos ya dirigirnos a ellos como bobos, totalitarios o cínicos, y a nosotros mismos como cantamañanas por facilitar el avance de su caballo de Troya. ¿Sabe el alcalde lo que significa que te violen? En Valencia le ocurre a una chica cada semana, algunas veces a dos para cuadrar las cuentas. Sin embargo, Ribó aún sostiene que esta es una ciudad tranquila. ¿Podemos seguir conviviendo con 170 delitos diarios? Sí en opinión de Sandra Gómez, para quien el alarmismo injustificado es cosa de los estrategas de la derecha. ¿Hay mayor sensación de fracaso social que la que trasluce la impotencia de un policía desbordado? Algo se huele Aarón Cano cuando su discurso ha transitado del «Valencia es una ciudad tremendamente segura» al «Valencia no es insegura», agarrado al mantra de que con el PP estábamos peor; mente pequeña, espíritu de oposición. Ahora que la pandemia afloja su soga, aprovechando el tirón de las carreras populares propongo una ruta enriquecedora por los paraísos de Ribó, aunque difícilmente hallaremos patrocinador. Situemos el arco de salida en el narcomercado de las Casitas Rosa y desde ahí recorramos la marginalidad del Cabanyal, los botellones de las plazas del Cedro y de Honduras y de la zona universitaria, el culmen de la delincuencia en Orriols, las reyertas de Benicalap y las arenas movedizas de Benimàmet, la inseguridad de Marxalenes y Nou Moles, el menudeo de drogas en Ciutat Vella y los robos en Pla del Remei, con la meta en el alcoholizado asfalto de Ruzafa. Si sumamos aún faltan unos siete kilómetros para completar el maratón, pero con varios pasos por Colón, que no habrá ni que cortar el tráfico, ya lo tenemos. Hábleme, alcalde, de descarbonización el día en que dejen de violar a nuestras hijas. Póngame un metro nocturno cuando al salir del trabajo un viernes pueda atravesar la Fuensanta camino de la estación sin escrutar el eco de mis pasos. Demuéstreme que hay más distancia entre sus calles y las norteamericanas que la falta de un Charles Bronson que se cobre las deudas. No maneje la seguridad como lo haría el sheriff Lobo. Más que capital del running, Valencia es una ciudad para echar a correr. Lo delata la huida hacia delante de sus gobernantes.

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