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Antes de morir, el magnate Charles Foster Kane pronunció una enigmática expresión: 'Rosebud'. Para interpretar su significado, Orson Welles deja una serie de pistas al espectador hasta que le conduce a la más tierna infancia del protagonista, en una escena en la que está jugando con un trineo en la nieve, justo antes de que sus padres entreguen su tutela a un banco. En ese juguete, que reaparece al final de la película cuando se queman varios objetos del multimillonario, hay una inscripción: 'Rosebud'. Puede que ése fuese su único recuerdo de felicidad, algo que nunca logró reconquistar. O puede que sólo fuese «una pieza más en un rompecabezas» como señalaba en 'Ciudadano Kane' el periodista que investiga el origen que aquel misterioso vocablo. La biografía del excéntrico multimillonario Elon Musk también es lo más parecido a un jeroglífico. El pájaro azul ha sido la última incorporación a un elenco de hitos mayúsculos: cohetes, coches eléctricos o parques de energía solar. Ahora por unos 42.000 millones de euros será el propietario de Twitter cerrando una de las operaciones más caras de la historia. ¿Por qué el más rico entre los ricos se compra una red social? Las cifras de rentabilidad de la compañía no incitan a pensar que Musk la haya adquirido por este motivo. Hasta ahora Twitter ha basado su modelo de negocio básicamente en la publicidad pero no ha conseguido traducir en ingresos el impacto social de sus usuarios. A eso se une el techo que parecen haber alcanzado los mismos, con un volumen que no rebasa los 350 millones. Lejos de los 2.200 millones de perfiles de Facebook o los 1.200 millones que rondan TikTok e Instagram. Con estos datos queda descartado que su objetivo principal al tomar Twitter sea ganar más dinero. Aunque tampoco se presume que vaya a convertir la red en una entidad sin ánimo de lucro.
Hasta ahora habíamos convivido con imperios mediáticos como el de Hearst -que inspiró al ficticio Kane-, Murdoch, Berlusconi o Bezos pero el salto al vacío sustancial de esta operación financiera es que una plataforma global, motor de opinión pública, queda en las manos de un propietario que se atribuye cualidades mesiánicas sobre la libertad de expresión de la que se define como «absolutista». Para Musk, «Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad«. Poseer el mando de esa plaza es manejar los algoritmos de influencia y poder mundial.
Hoy, precisamente, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, Naciones Unidas advierte de que los sistemas de vigilancia e inteligencia artificial están poniendo en peligro al periodismo y a los periodistas revelando información o fuentes confidenciales. La amenaza que sufre la prensa es, por supuesto, una amenaza contra la libertad de expresión. Que no se le olvide a 'Ciudadano Musk'.
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