Urgente Un camión incendiado y un posterior accidente entre otros dos colapsan la A-35 a la altura de Montesa

Las ciudades son escenarios vacíos de películas antiguas. La de cuando nos reuníamos en terrazas con amigos e íbamos empalmando cervezas y batallitas. La de cuando caminábamos sin esquivarnos y sin mirarnos con recelo. La de cuando caía la noche y no teníamos prisa por volver a casa. La de cuando escuchábamos bullicio y no nos llevábamos las manos a la cabeza. Como decorados sin uso, las ciudades están ahí, a la espera de que se activen los rodajes, con las cámaras desconectadas, con los focos apagados, con las grúas sin actividad. No hay magia, no hay cine.

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Recorremos las calles con la esperanza de llegar a lugares que fueron pero de los que ahora apenas queda la silueta. Porque la filmoteca donde solías refugiarte abrumado por las preocupaciones ahora no es más que una sala con una gran pantalla y apariencia de semiabandonada. Porque el bar al que acudías a peregrinar ahora tiene la persiana echada. Porque el parque en el que empezaste a fumar y que fue testigo de otras tantas primeras veces ahora está precintado como si se tratara de una central nuclear. Porque el restaurante donde terminabas los viernes y en el que no hacía falta ni que pidieses la carta ahora solo atiende pedidos a domicilio.

¿Qué será de las ciudades cuando todo esto haya pasado? Nos movemos por ellas como por el campo de una batalla que estamos librando no sé sabe bien contra quién y sin conocer del todo cuáles son las nuevas reglas del juego. Las ciudades aguardan hasta nuevo aviso. Han perdido el nervio que las caracterizaba, ese brío por el que nos resultan atractivas pese al ruido, las aglomeraciones y su fisonomía de jungla. Se han quedado paralizadas, confiando en que empiece el siguiente acto. Las carteleras repiten estrenos cada semana. Los locales vacíos buscan inquilinos otra vez. Las vallas publicitarias recuerdan tiempos que ya no existen y nadie tiene certeza de que vayan a volver. Los luminosos languidecen porque no hay un motivo suficientemente bueno como para encenderse.

Las ciudades ya no seducen y deben acostumbrarse a que nadie las mire con deseo

La España vacía mira aliviada a la España llena, que otrora actuaba con condescendecia frente a las zonas más despobladas. Las ciudades ya no seducen y deben acostumbrarse a que nadie las mire con deseo. Cesaron las emociones colectivas, los caos orquestados, las plazas como lugares de encuentro, las vías atiborradas en las que pasar inadvertido.

La pandemia, las restricciones, el confinamiento, los cierres perimetrales han ido minando el alma de las ciudades y de los que las habitan, que no saben si algún día tendrán fuerzas para reanimar y rearmar nada.

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Quedará mucho por hacer cuando esto acabe. A las ciudades les tocará recuperar su libertad y su energía, el talento para hacer soñar, su capacidad para ofrecer cobijo y ser abrigo. Y nosotros deberemos estar receptivos para dejarnos conquistar de nuevo por ellas.

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