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He blasfemado y he criticado al Jefe del Estado, al presidente del Gobierno, a los ministros, a los delegados y subdelegados del Gobierno, al presidente ... de la Generalitat Valenciana y a los de las otras regiones, a los consellers, a los alcaldes de Valencia y otras poblaciones, a los concejales, a los funcionarios, a los grandes empresarios, a los futbolistas, a los árbitros, al cura, al farmacéutico, al frutero, al estanquero... y no recuerdo haber recibido reproche formal alguno por ello. Al contrario de lo que se cacarea, nunca he sentido en el cogote el aliento de una represión franquista que se disfrazaría hoy de régimen constitucional. Si tiro de fina observación sólo encuentro una opresión institucional o parainstitucional que pueda asemejarse, más o menos, a una represión organizada canónica: el nacionalismo catalanista. Éste me obligó en mis tiempos mozos a aprender y a usar una lengua que nunca he sentido como propia -el catalán, digo-, o a no contradecir, so pena de suspenso, los postulados supuestamente científicos que establecen la catalanidad de todo lo valenciano. Actualmente hasta me señala como mal valenciano y alguno de sus palmeros, estos integrados en la piara de señaladores sociales, me ha invitado a marcharme de la tierra de mis padres y de mis abuelos... mi tierra. Su tentáculo educativo impide la libre elección de centro docente a los padres y la lengua vehicular de la enseñanza de sus hijos y sigue imponiendo un idioma que no habla casi nadie: el catalán, repito. Por si fuera poco, los ciudadanos de la Comunidad Valenciana venimos obligados a contribuir con nuestros impuestos al sostenimiento de una televisión que atiende a un sector ideológico en exclusiva y que nos descubre con alborozo el origen dulce y catalán de la coca salada y alicantina de San Juan. Pero no nos confundamos, los de aquí son poco más que aprendices barbilampiños de sus maestros catalanes. Esos sí que han sabido perfeccionar la persecución taimada del disidente ante la mirada cómplice de los sucesivos Gobiernos centrales. La Generalitat catalana, abusando de su preminencia como representante del Estado, ha ejercido de agente opresor de una buena parte de sus administrados. Hasta tal punto que ha cometido actos que podrían haber sido denunciados como lesivos de los mismísimos derechos humanos. Pero la oportunidad pasó y ahora los victimarios se proyectan al mundo como víctimas para salvar el propio pescuezo, seguir trincando y continuar con un proceso que puede acabar en una limpieza étnica y política como la llevada a cabo en el País Vasco por el terrorismo etnicista. El mundo al revés.
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