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Mi colegio será una residencia de ancianos

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 8 de enero 2023, 00:04

El colegio es un útero para nuestras pasiones. Además de las letras que aprendemos ahí, el colegio nos educa sentimentalmente, nos gesta en tanto que seres emocionales. El enamoramiento, la derrota, el sexo, los amigos, la muerte, la literatura, el vestuario..., todo sucede en el colegio por primera vez. Yo tuve en el mío una niña para la que escribí un diario y que nunca se preguntó quién se escondía tras mis gafas; y un suspenso en la segunda evaluación de Física de séptimo que aún no he confesado a mis padres; y una explicación de mis colegas sobre lo que hay que hacer para tener hijos tan extravagante como acertada; y una banda de frikis que, cuarenta años más tarde, seguimos llamándonos por el apellido; y un compañero, de nombre Agustín, que se ahogó en la piscina cuando íbamos a segundo y del que todavía me acuerdo; y unos poemas cursis y autoficcionados en los que todo rimaba con «dolor»; y una vergüenza en las duchas frente a otros cuerpos con más pelos y soltura para charlar en bolas después del baloncesto... Yo tuve un colegio en el que se podía ser dichoso y desgraciado el mismo día y a la misma hora, y del que se salía con una infancia feliz como impulso y como lastre.

Yo tuve un colegio con una pista de balonmano en la que se jugaban cinco o seis partidos de fútbol a la vez, uno encima de otro, y con un abrevadero con grifos de los que beber a morro donde llenábamos bolsas de agua para mojarnos unos a otros en primavera. Al que traía el balón de casa le llamábamos «el amo de la bola», al que aceptaba quedarse atrás «portero regateador» y al juego de chutarnos balonazos «el calentón». En mi colegio el cura se escapó con la psicóloga, las cocineras te ponían potaje, aunque les rogaras que no y, ya en el autobús, las tías buenas y los cabrones se sentaban atrás. Íbamos de excursión siempre a Santo Espíritu de Gilet, el pan y chocolate de la merienda se ofertaba en cestas y todos los años se organizaba una exposición con nuestros dibujos. Yo tuve un colegio como un metaverso mientras duró, pero quién no.

Mi hermano Rafa me ha contado que el Guillem Tatay, nuestro colegio, se va a convertir en residencia de ancianos, que sobran viejos y faltan niños. Y me ha enviado fotos de la obra. Conque yo tendré un colegio, un útero, al que regresar cuando me jubile. Qué suerte, mi biografía transformada en pescadilla educativa. En el otoño de la vida, mi colegio me ofrecerá el chollo de recobrar la libertad de la infancia en su recreo, echar cuentas de lo vivido con la señorita Inés y que no me vaya al cielo si no apruebo el examen final.

Yo tuve un colegio en el que se podía ser dichoso y desgraciado el mismo día y a la misma hora

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