Me dan pena los asesinos múltiples porque los escritores de novela negra les han superado en ideas para triunfar en su oficio. Desde que los relatos y series sobre locos homicidas están en boga, la inventiva de los asesinos se ve obligada a competir con ... miles de autores a los que se les ocurren crímenes crudelísimos, sofisticados..., tan deslumbrantes que un triste sacamantecas solitario, sin cursos de escritura creativa y obligado a empaparse de sangre, no puede mejorarlos. Por eso un asesinato de telediario siempre queda cutre comparado con otro de película. Echemos un vistazo a la literatura reciente, encontraremos cabezas a las que se les practica un agujerito para meter gusanos en el cerebro, hombres-tronco con los cuatro miembros más la lengua amputados y sin ojos ni oídos, o niñas desangradas, abandonadas en el bosque desnudas con un pastelito sobre el pubis rasurado, y así, ¿cómo puede un humilde asesino en serie aspirar a ser original? Se diría que el trabajo de escritor ya consiste sólo en inventar muertes terroríficas, pero no es verdad.
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Pensando en eso, haré algo a lo que no me he atrevido en los años que llevo publicando esta columna, algo insólito, polémico y estrafalario: recomendaré tres libros para las vacaciones, tres en los que no hay asesinos inteligentísimos, ni policías drogadictos, ni diálogos donde el cadáver es el mensaje, tres que dejan buen sabor de boca. La literatura blanca también existe. Primero una autobiografía, 'Los días del Cáucaso', de Banine. Nada tan divertido desde 'Mi familia y otros animales'. Cuenta la infancia de la autora en el Bakú previo a la llegada de los bolcheviques, pero podría ser la de cualquiera de nuestras bisabuelas en las villas de Godella o Rocafort. Después una novela, 'Los ingratos', de Pedro Simón, una narración sobre la vida en los pueblos de la España setentera. Provoca nostalgia de un tiempo en que fuimos inocentes a fuer de ignorantes y pobres. Y por fin, un poemario, «Cosas que pasan», de Borja Sémper. Demuestra el poeta que la inteligencia y la sensibilidad brillan como diamantes sobre carbón cuando se quitan la boina de la política de bloques. Uno de sus versos me lo puedo aplicar: «Los pedantes que alertan sobre los pedantes. Esos, somos los peores».
Pasen, lean literatura blanca y opinen. Mi hija Piluca y yo tenemos un pacto: por cada hora que juega con la tableta, lee otra hora. Les sugiero que este verano hagan lo mismo, por cada hora de mirar al móvil hipnotizados, otra de lectura. Como el Fumi de Morata, no les pido que lean más que mi hija, pero... ¡iguálenla!
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