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El mundo dispone de alimentos para todos pero no todos pueden acceder a ellos. El Papa Juan Pablo II hace casi treinta años lo describió como la «paradoja de la abundancia». En diciembre de 1992, durante su discurso en la Primera Conferencia Internacional sobre la ... Nutrición señaló que ese reparto desigual era el principal escollo que impedía solucionar los problemas sobre la distribución de comida en el planeta. Tres décadas después la radiografía que describió el pontífice no ha cambiado. Asistimos a una tormenta perfecta dentro de una tormenta perfecta. De esta manera tan gráfica ha advertido el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas sobre una crisis global sin precedentes. David Beasley avisa de que a día de hoy el precio de los alimentos es nuestro «problema número uno», pero el año que viene lo será la disponibilidad de los mismos. El primer ministro italiano vaticinó hace unas semanas una catástrofe alimentaria de «proporciones gigantescas y terribles consecuencias humanitarias» tras mantener una conversación telefónica con Putin. La guerra provocada por la invasión rusa de Ucrania está agravando unas cifras que se recrudecieron con la pandemia. La hambruna acecha a cerca de 50 millones de personas. Y la inseguridad alimentaria grave se ha duplicado hasta afectar a 276 millones, según los últimos datos aportados por el secretario general de Naciones Unidas.
Hasta un tercio de la comida se derrocha en las sociedades más ricas mientras crece el número de gente que no tiene algo saludable para llevarse a la boca. Esa es la piedra de toque de una paradoja de la abundancia que persiste. En 'Geografía del despilfarro en España' el catedrático de Geografía Humana de la Universitat de València y exconseller socialista, Juan Romero, definía la acción de despilfarrar como la falta de eficiencia en las tareas de manera que éstas se llevan a cabo siempre «a un coste mayor al mínimo posible». La factura de ese sobrecoste en materia alimentaria está esquilmando las despensas, los bolsillos y las cosechas. Poca atención se le presta a la sabiduría ancestral siempre recordando aquello de que «la comida no se tira». Ahora el Gobierno ha planteado un proyecto de ley para combatir ese desperdicio que contempla multas de hasta 60.000 euros para cualquier agente de la cadena que no evite los excedentes. Algunos hosteleros se quejan porque se sienten estigmatizados, otra vez, y señalan a los hogares como foco mayoritario del despilfarro. Urge que esa norma se plantee qué hacer para que en las casas se respete lo que se exigirá a restaurantes o supermercados. Comprender que no se debe jugar con la comida es aprender desde la infancia la máxima hipocrática de que ésta es tu alimento y tu alimento, tu medicina.
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