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Uno de los convencimientos mayores que nos deja esta crisis es que cuando acabe nos encontraremos con una sociedad muy diferente, aunque nadie tenga claro exactamente en qué y cómo variará. No cabe duda de que después nos deberemos enfrentar a estudios y debates de diversa índole. Ojalá uno de ellos sea en torno a nuestra relación con la información y con los medios de comunicación. A menudo a los que formamos parte de estos últimos nos invitan -con razón- a recapacitar sobre nuestra labor, pero no estaría de más extender la necesidad de reflexión y que también llegase a los usuarios, para valorar su modo de consumir y lo que esperan del periodismo.
Posiblemente nos ayudaría a entender la facilidad con la que se propagan las noticias falsas hoy en día. O que en una pregunta terrible como la que formuló el último CIS («¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias?») la mayoría de encuestados se inclinasen por la primera opción.
Lo de aceptar que existen puntos de vista y opiniones diferentes a las nuestras es una cuenta cada vez más pendiente. Eso nos lleva a creer y a querer que el mundo sea solo como lo vemos nosotros y al que nos trate de convencer de lo contrario, aunque sea de una manera razonada, lo deslegitimamos. Esto nos conduce solo a consultar medios afines ideológicamente y a menospreciar sistemáticamente a cualquiera que se haga eco de otras realidades alternativas.
No entiendo a aquellas personas que buscan que la prensa más que informarles les dé la razón. O a los que directamente reniegan de un dato o análisis por el hecho de que venga de un medio de izquierdas o de derechas, y eso no coincida con sus intereses. Comparto las críticas y las discrepancias, pero me asusta el ruido que nos dirige a escenarios menos plurales, en los que seguramente casi nadie quiera estar. Me apenan los ataques y la falta de consideración a muchos periodistas. Y me entristece sobre todo que ocurra en momentos como este, en los que me consta que se están realizando esfuerzos ímprobos desde toda clase de redacciones y en condiciones muy complicadas.
Soy testigo, al menos, de cómo se está haciendo en la mía. No creo que a ninguno de los que formamos parte de ella se nos olviden estos meses. Nunca antes estuvimos ante un reto tan enorme y tan abrumador como el presente ni lo debimos gestionar en circunstancias personales tan extremas. No pretendo convencer a nadie en este párrafo final solo dejar constancia de lo tremendamente orgulloso que estoy de mis compañeros, con los que llevo semanas compartiendo un montón de horas y sudores virtuales.
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