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Yo nací en la segunda mitad de los años setenta del siglo XX, por lo que las protestas contra la OTAN, las lanchas neumáticas de ... Greenpeace zafándose de los chorros de agua de los balleneros japoneses o los asaltos a las centrales nucleares con aquellos cartelitos de un sol sonriente a lo teletubi forman parte de mi memoria iconográfica.
Lo de la OTAN empezó en España con un no rotundo, continuó con un hasta la puntita nada más y terminó con un ilustre socialista ocupando la secretaría general de la Alianza Atlántica y lanzando misiles termoguiados al que se le ocurriera moverse de la convención socialdemócrata fetén. Los de Greenpeace han acabado vendiendo gas ruso a Alemania y constituyéndose en un lobby que, para beneficiarse de la merienda de negros en el que se ha convertido el mercado energético, monta en una zodiac a un puñado de majaderos con chaleco salvavidas de color naranja. Lo del movimiento antinuclear, así, en genérico, hemos de admitir que ha aguantado más tiempo y con mayor dignidad. Bueno, también es cierto que en su franquicia vasco-abertzale no se limitaron a descolgarse de las chimeneas con grandes cartelones de lona amarilla y les dio por asesinar a cinco trabajadores con tal de que no se pusiera en marcha una central generadora en Lemóniz. Pero claro, al final la realidad viene a imponerse: las placas solares y los molinillos que asaetean cada vez más horizontes no se bastan por sí mismos para satisfacer la enorme demanda de energía eléctrica. Entre que llega y no el condensador de fluzo a mondas de plátano y latas vacías de cerveza, algunos países de nuestro entorno como Francia ya le hacen ojitos a la energía nuclear como el que intenta recuperar a una antigua novia explosiva y un poco ordinaria que no te achicharrará si la sabes manejar. Al fin y al cabo, Bill Gates se ha apuntado a la movida de las mini centrales nucleares y existe la certeza histórica de que el peor enemigo humano del orden caótico del átomo siempre fue ese extinto comunismo bolchevique que consiguió hacer saltar por los aires una central en Ucrania, desecar un mar entero o hundir en el fondo del mar un par -al menos que sepamos- de submarinos radioactivos... con tripulación y todo. Por cierto, creo que los nenes progremitas no acabaron de captar la moraleja de la excelente serie de HBO sobre la tragedia de Chernóbil. Y ahí siguen, en su ensueño.
El antinuclearismo toca a su fin. Verdades que se desmoronan empujadas por los mismos que quieren que comamos gusanos crujientes en lugar de carne madurada de vaca vieja en un restaurante de Altea. Ningún dogma social es imbatible; el catalanismo tampoco.
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