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Confieso que me he llegado a duchar tres veces en un solo día. Con poca agua cada vez, ¿eh?, pero tres veces. Quizá hubo alguna ... jornada de poniente extremado en la que llegase a cuatro y puede que alardease de ello, pero eso era en tiempos de opulencia, cuando todo daba igual y hasta vestía presumir de pasarse de la raya, incluso dar cierta impresión de gastar por gastar, a la onda. Otra época. No como ahora, cuando prima la escasez por todos lados y nos arengan, con razón, que hay que apretarse el cinturón. Otra vez aquello. Por eso, llegar en las actuales circunstancias de precariedad generalizada a tres duchas en una sola jornada, es una pasada, un derroche que no debería repetirse, que socialmente empieza a estar mal visto. Tal vez llegue a sancionarse; son momentos confusos, que nos siembran perplejidad en esa mezcolanza entre consignas del momento y costumbres higiénicas inculcadas.

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En todo caso sé que he pecado, tal como están poniéndose las cosas, conforme nos van recomendando actitudes de ahorro a diestro y siniestro, pero he de decir en mi descargo que era necesario. Imaginen: el fuerte calor que te deja sudoroso, pegajoso, y con ese polvillo ambiental que se te va sumando sin querer. Tengo cierto dolor de conciencia, sí, y es menester reducir la carga de culpa. Tres duchas en un día son demasiadas, según los cánones de ministros centroeuropeos que andan aconsejando ahorro máximo desde que han visto cómo les baja el Rin, sin calado para grandes cruceros fluviales. Qué harían si vieran el seco Belcaire, o el río Seco, que vaya nombre, ¿verdad?, porque si le llamaron así sería por algo, y si un río está seco es que no es ni río.

Pero apelo a razones de salubridad y decoro para justificar tantas duchas, aparte del comprensible componente de relax, esa íntima satisfacción momentánea de notarse el agüita desestresante resbalando por la piel. Lo cierto es que el líquido resultante de cada lavado era lastimoso, con una coloración entre amarronada y verdosa que dejaba bien clara la necesidad del aseo, incluido el tercero. Lo que se dice agua residual de veras. La de miasmas y calandrabas que acumulamos sin querer y que se van al final por el desagüe, a Dios gracias. Que te pones a pensar en eso de andar pregonando estos días que menos ducharse y te imaginas lo que pasará. Menos lavatorios y más transporte público... Umm, para cuidar bien cómo ubicarse en el bus o el metro. Ahora bien, el señor ministro alemán Robert Habeck, de los Verdes, me perdonará, pero con la última ducha de las tres de ayer ya advertí un ligero cambio: igual quedaba algo fresca y en dentro de pocos días tendré que enchufar el gas. Lo siento, ¿eh? Poca agua y poco gas, pero templadita.

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