El derribo de la Escuela de Agrónomos saca a la luz la arbitrariedad del poder y la falta de sensibilidad por la arquitectura moderna de una sociedad desencantada
JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO
Sábado, 13 de febrero 2021, 09:36
Para el premio Nobel de literatura Octavio Paz «la arquitectura es el testigo insobornable de la historia... el testigo de una época, una cultura, su sociedad, sus intenciones...».
Con esa frase condensa el poeta mejicano el concepto de patrimonio cultural como singular vehículo del talento, las ideas, los anhelos, las formas, los símbolos y los valores. Precisamente porque representa la herencia irremplazable de la riqueza espiritual e intelectual resulta esencial preservar la autenticidad de la obra de arte.
Europa, que padece en su territorio el drama de dos guerras mundiales con traumáticas pérdidas de vidas humanas y también de destrucción de su rico acervo construido, dedicará ingentes esfuerzos en recuperar, proteger y garantizar la memoria emocional y el valor antropológico de sus bienes culturales.
Ha fallado el proceso de reconocimiento como memoria colectiva de un legado único e irrepetible
Las teorías restauradoras del siglo XX -Cartas de Venecia (1964), Ámsterdam (1975), Washington (1987), Cracovia (2000)...- sedimentan un 'corpus' doctrinal que, superando los planteamientos epidérmicos, proponen la vía tipológica -Aldo Rossi- y recuperan el pertinaz debate entre «materia» y «autenticidad».
Esa creciente sensibilización por asumir íntegramente el pasado favorece la creación de organismos supranacionales como el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y, posteriormente, la Fundación DoCoMoMo, que lleva a cabo una admirable labor de registro de la obra del Movimiento Moderno.
Pero ni su inclusión en tan prestigioso inventario, ni su calificación como Bien de Relevancia Local (BRL) han evitado la demolición del pabellón de laboratorios de la Escuela de Agrónomos proyectada por Fernando Moreno Barberá y Cayetano Borso di Carminati. Les ha faltado el cariño y aprecio de los valencianos.
El resultado es que albergando algunas de las obras más brillantes de la arquitectura docente occidental -Facultades de Derecho, Filosofía y Letras...- hoy el 'campus' de Blasco Ibáñez es un maltrecho universo de fragmentos travestidos en una descontextualizada farsa de sustituciones y añadidos. Ha fallado el proceso de reconocimiento como memoria colectiva y conciencia identitaria de un legado único e irrepetible. Sin una adecuada pedagogía del urbanismo y el diseño -Carta UNESCO-UIA- que acerque el patrimonio contemporáneo a la sociedad, pocas piezas aun siendo icónicas, logran sobrevivir al implacable paso del tiempo y alcanzan el indulto.
A pesar de ello, muchas son las razones que avalan la necesaria preservación de la Escuela de Ingenieros Agrónomos y Peritos Agrícolas (1958-1962), uno de los ejemplos más paradigmáticos del Estilo Internacional en la capital del Turia.
Se trata de un arquetipo del funcionalismo, del compromiso con la estética cubista, de la simplicidad ornamental, de la sutil correspondencia entre forma y función -«less is more»- del hábil recurso a los nuevos materiales (acero, cristal...) y técnicas (estructuras de hormigón armado...).
La arquitectura de Moreno Barberá en el 'cap i casal' explicita ese espíritu vanguardista con que las generaciones de la modernidad trataron de dar respuesta a los desafíos implícitos a la Revolución Industrial, incorporando en las construcciones criterios higienistas -iluminación, soleamiento, ventilación natural...-, resolviendo las heterogéneas necesidades de los usuarios -sanatorio de Paimio de Alvar Aalto...-.
La excelencia arquitectónica de la Escuela de Agrónomos queda patente en la cuidada implantación en la parcela, en los patios ajardinados y en la composición volumétrica con cuatro bloques de diferentes alturas y dimensiones según su uso. Y es ese espléndido zócalo con los pabellones de laboratorios el que, consecuencia de una banalización del espectro de la protección, se ha demolido.
La belleza de su fábrica, su exquisita integración paisajística en la escena urbana y su extraordinario léxico constructivo dotan de una especial significación a una obra innovadora, equiparable por su calidad a las de otros maestros de la modernidad como Miguel Fisac, Alejandro de la Sota, Juan Antonio Coderch,...
Los mágicos detalles con que Moreno Barberá sorprende a una ciudad que todavía cura las heridas de la trágica riada de 1957 son magistrales: sistema de lamas metálicas móviles, celosías de protección solar -'brise soleil'- de hormigón armado, potentes marquesinas de ingreso...
Sin olvidar las sorprendentes escaleras suspendidas por tirantes de acero, compitiendo en oficio con los diseños de personalidades como el finlandés Eero Saarinen -General Motors Technical Center (Michigan 1956)-, el danés Arne Jacobsen -SAS Royal Hotel (Copenhague 1960)-...
El sinsentido de la irracional mutilación de la obra de Moreno Barberá hace que resuenen las palabras del genial historiador francés Marc Bloch «de la incomprensión del presente nace fatalmente la ignorancia del pasado».
Porque el fabuloso patrimonio del Movimiento Moderno juega un papel clave para comprender la historia y el pasado reciente de los valencianos. Y su salvaguarda, que precisa de continuidad más allá de los efímeros y a menudo antagónicos ciclos políticos, es vital para fortalecer la identidad de la comunidad, ayudándola a construir un futuro de dignidad y de progreso.
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