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Me gusta leer los periódicos al levantarme y tengo la enorme suerte de poder leerlos casi todos. Accedo a la edición en papel aunque los ... leo desde el móvil -no tengo presbicia- y luego durante el día, entro en las ediciones digitales. Por resumir, tengo cierta adicción a la información aunque no tiene mérito porque soy del gremio. Ayer todas las portadas daban cuenta de la celebración del día de la Constitución y sólo de mirarlas daba ganas de sumarse a la próxima misión espacial a Marte para instalarse temporalmente allí. «Día minado», «sin consenso», «se rompe la neutralidad» o «que la calle presione» son algunos de los términos empleados para resumir tan relevante cita política.
Es una pena que nuestros políticos no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en las celebraciones especiales. Les da igual que les veamos discutir y tirarse los trastos. Han perdido el pudor hasta en las grandes ocasiones para las que deberían reservarse, al menos, cierta cortesía institucional propia de sus cargos. Son como una pareja rota a punto de separarse que no evita montar escenas en público. Pues igual. Resulta desconcertante comprobar la enorme distancia que les separa de la realidad social y económica de este país.
Los que andamos entre los 40 y 50 somos hijos de esta Constitución. No hemos conocido otra forma de vida y le debemos todo a esa Carta Magna que pactaron con enorme talante y generosidad otros dirigentes políticos de los mismos partidos -o parecidos- que ahora se enfrentan en su celebración y que, probablemente, cuestionarían la ingrata forma de actuar de quienes les han sucedido, o quizá, también se pillarían otro boleto hacia Marte. Quién sabe.
Formo parte de la generación de afortunados que nacimos al amparo de la Constitución de 1978 y que siempre hemos crecido en democracia, paz y libertad. Lo heredamos en la mayoría de los casos sin ira, sin rencor y sin secuelas ideológicas hacia ningún lado del pasado. Siempre hemos contado con lo esencial que a nuestros padres les negó la dictadura y a nuestros abuelos la maldita guerra civil que enfrentó familias.
Pero es que ahora ya somos nosotros los que estamos mayoritariamente al frente del funcionamiento de este país. Tenemos esa responsabilidad. Somos los que le damos cuerda a la economía para que todo funcione y los que soportamos con nuestro trabajo un sistema del bienestar que debemos preservar por encima de todo para asegurar el mejor futuro a nuestros hijos. La clase política ha de ser el aceite que permita que los mecanismos se mantengan mejor y rindan más. Han de sumar, no ser el origen de la tensión que hace que el aire empiece a ser irrespirable en este país.
Sorprendentemente es ahora cuando menos libertad se emplea para decir y opinar determinadas cuestiones que están fuera de los márgenes impuestos por la ideología dominante. A lo mejor en Marte los reyes no tienen por qué irse o les impiden volver, el gobierno es uno y es capaz de entenderse con la oposición, la justicia es independiente, existe la autosuficiencia energética o, sencillamente, están bien vistos los piropos.
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